In Reflexión

FEROCES NAVIEROS

Es pues axiomático que el capitalismo es el menos malo de los sistemas. La libertad, la libre empresa, fronteras abiertas, flujo de capitales, el libre albedrío de las ideas y el comercio es el sello del mayor progreso de la humanidad en los últimos 75 años. Fluye el dinero, las mercancías, los emprendimientos y el consumo a escala planetaria pero no así las personas. Las fronteras entre el primer, el segundo y el tercer mundo persisten. El poder y los reales gobernantes imponen sus dominios desde el mítico control. Símbolo del eterno ensayo con error, el capitalismo como toda empresa humana carece de perfección.

Los estados pierden poder. Las multinacionales a escala planetaria se imponen como gobiernos corporativos en toda la aldea global. El mercado es dios, las utilidades y el valor de las acciones la razón de ser. Parecería interesante que la eficiencia y el interés supremo de la plus valía imperasen como los paradigmas y el let motiv de toda empresa humana. Pero en toda esta belleza reina el humano, esa intrínseca capacidad de ser lobo. Fiera voraz con un saco de avaricia infinita a cuestas. Es pues que en busca del necesario equilibrio exista el estado. Esa institución humana -tal como plantea Federico Engels en el origen de la familia, la propiedad privada y el estado- que se supone procure el balance, pondere lo social, fomente la equidad y la justicia.

Dentro de las imperfecciones del capitalismo están el monopolio, oligopolio y el cartel. La concentración propia del capitalismo voraz lo hace irresistible e inevitable. El lobo feroz se adueña de los rebaños, babea ante sus presas desde el instinto criminal. No hay pasión ni sentimientos, como adicción codiciosa devora uno tras otro los mercados.

Desde hace años, propio de la globalización, los navieros mundiales dueños de los barcos furgoneros se han concentrado. Tres o cuatro empresas dominan el 90% del mercado mundial. Desde un restaurant en París en un almuerzo opíparo tres o cuatro ejecutivos de estas multinacionales trazan las reglas, los precios y las políticas de los fletes marítimos con incidencia para todo el globo terráqueo. Para entender el modus operandi de estos carteles vemos por ejemplo que en plena pandemia, para mitigar sus perdidas globales por la paralización, al comercio local lo ponen contra la pared. Cerrados por orden del superior gobierno comoquiera hubo de pagarles a las lineas marítimas los días de recargo por los contenedores parados en puerto, increíble a pesar del decreto presidencial y el riesgo de abrir para recibir furgones. Otro ejemplo de lo que está sucediendo hoy desde los puertos de China en medio de esta crisis global e imponen su condición de poder hegemónico. Retiran barcos, tienen más de 200 barcos furgoneros parados en Singapur, reducen de manera ficticia los espacios y triplican los precios de los fletes. Un ejemplo: en junio un contenedor de 40 pies HQ de Xingang a Caucedo su costo era USD2,200.00 todo incluido. Hoy su precio es USD5,800.00 a 6,200.00. Si tiene suerte de tener su espacio reservado y luego tenga el contenedor para llenar. A todo esto los representantes locales de las líneas globales son simples comisionistas-agentes que toman los precios y cobran al comercio local.

Todo esto en un ambiente ficticio de oferta y demanda. Un laboratorio con sabor a champagne Francés y faisán de la campiña. Con aroma a trufas desde un altar gastronómico parisino con el peso de la mandurria del poder absoluto, que corrompe absolutamente. La ya real debilidad y contubernio de los estados que poco pueden hacer. El hombre por el hombre donde priman los intereses supremos de la voracidad y el desenfreno. Los que reciben estos embates son simples intermediarios; solo les queda puyar para alante. Se pudiese pensar que esto es una reflexión con una tónica de conspiración detectivesca. Pero la realidad se impone de precios cuasi triplicados. Creo en el capitalismo, en la libertad y la libre oferta y demanda. Pero lo mucho hasta dios lo ve. En esta epidermis de desenfreno está la actual crisis del capitalismo. Esa obsesión y compulsión que nubla la razón. No deja ver el jardín ni el mañana.

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