El lazo de la eternidad es el amor. Con nostalgia, recordaba Jacques le Bon la frase de Søren Kierkegaard. Muchos años después, disfrutaba un paseo lleno de pensamientos y símbolos místicos por la ciudad romántica de Ovando. La ciudad Primada de América, era más que un espacio arquitectónico para Jacques le Bon. Poseía dimensiones con atributos de máquina del tiempo. Donde, como múltiples espejos visuales, tenía la capacidad de los ritmos del recuerdo. Desde fluidas palpitaciones de neuronas y sonidos, contenía toda su hoja de vida como microcosmos de papiros. Toda su historia, y toda la historia del Caribe con su riqueza de fusión de cultural.
La calle Las Damas retomaba su encanto. Recién remodelada, fluían sus coloniales edificaciones junto a la vía con sus nuevos adoquines y, aquellos gigantescos bolones negros y coralinos. Se sentía peatonal, pero no lo era. Adentrado en la máquina del tiempo, Jacques le Bon sentenciaba lo contemporáneo. La era de la banalidad del gozo y el ocio. Pensativo, en una especie de nuevo despertar espiritual sobre el amor, Jacques le Bon adentraba a la pequeña Lulú le Bon en su primera visita por las históricas calle de la vieja Atenas del Caribe.
Inconsciente la pequeña Lulú le Bon, hermosa cachorra Goldendoodle negra, marchaba al encuentro con sus primeros versos de la Odisea caribeña. A conocer metafóricamente, los primeros ladridos poéticos de Argos. La reciente novedad de Lulú en la vida de Jacques le Bon poseía categoría de espiritual. Desde la pandemia, con la partida terrenal de su vieja mini-Schnauzer Gala Beckenbauer, el hogar se había privado de ese bello amor incondicional. Las mascotas en un hogar, son un sazón para el alma. Un gozo espiritual, que para recibirlo, requiere de dedicación, tiempo sin queja, atención y esfuerzos. Para Jacques le Bon ha sido un remeneo de la zona de confort. Un volver a tener, en el conjunto de las responsabilidades del cerebro, el nuevo elemento de una mascota también. Un ser ajeno a la tecnología, que hala al alma humana hacia los recovecos universales de lo eterno y verdadero.
Obras son amores, mascullaba Jacques le Bon al ritmo mágico del paseo junto a Lulú le Bon. Como flashes vio cada etapa de su vida en sus infinitas visitas llenas de gozo, vicisitudes, confusiones, vacíos, entregas, cálidas e intensas experiencias por todo esos mágicos y magistrales cuadrantes Ovandinos repletos de su historia. De sus miedos, sus sueños, y sus más caros anhelos. La plaza España era símbolo. Belleza, tierra agridulce metafórica de derrota. Un antes y después, para el despertar. Para asistir a una nueva escuela de vida, como academia socrática filosófica tropical. De despertar como camino espiritual. De reencuentro con el gozo y las místicas paredes de los recónditos de su alma.
Solo el genuino esfuerzo. El levantarse a si mismo con el favor del Gran Arquitecto Supremo del Universo. Ir deseoso con ilusión y sin malicia, a la recuperación de la esencia. El amor. La luz que brilla en los horizontes de la eternidad. ¿Que es lo real y verdadero?.¿La tangible satisfacción?. Dar y servir repetía Jacques le Bon, siguiendo los pasos por las vías empedradas de Lulú le Bon. Aunque viajemos por todo el mundo para encontrar la belleza, debemos llevarla con nosotros para poder encontrarla decía Ralph Emerson. El matiz de paradojas, proporcionaba dimensiones de Olimpo a la zona. Jacques le Bon junto a Lulú le Bon, salivaba amor estoicamente desde el servicio, el esfuerzo y la entrega. Aquí y ahora, en una noche mágica. Obras que son amores. Que producen eso, desde el presente que es lo eterno.