Descendía el elevado
y me lo topé de frente.
El árbol de la avenida exhalaba grises
como los cielos tormentosos cargados de lluvia.
Sus ramas, sus hojas y su tronco brotaban felicidad.
Gozo en su perenne faena de acumular,
absorber paciente, y guardar lluvia para el porvenir.
Absorto, me sumergía junto al árbol
por todo el entramado de sus raíces,
acariciando con humedad los confines de la tierra.
Tanta despensa líquida
azuzó mi apetito,
como metáforas siderales junto al árbol.
Se detuvo el tiempo,
solo la lluvia, el árbol y el cielo
y yo; que soy de aquí y de allá.
El árbol se saciaba
mi ser secuestrado en el infinito ahora del clima,
recordaba la inclemencia del calor de este verano.
Un sueño de cocido de garbanzos estremecía mis deseos,
meses sin poder comerlo ni sentir su poder ibérico.
Chorizo asturiano, y un generoso codo de jamón,
garbanzos, hojas de laurel y zanahorias con repollo,
pimentón dulce y puerro generoso como las hojas del árbol,
papas versátiles y tacos de jamón serrano.
El árbol y yo nos fusionamos
en complicidades amorosas estremecidas.
Como el Dios de Spinoza
universales; en todo, y todas las cosas.
La efervescencia de la avenida JFK desaparecía
mis cucharadas de cocido de garbanzos,
se fundían en letanía con la absorción del árbol.
Imperaba ya un espacio espiritual
se detenía el tiempo y el espacio,
me sentía como un bosque y una pradera,
besaba el tronco del árbol y comía cocido.
De repente un bocinazo ensordecedor;
una enorme fila de vehículos detrás de mi
pitaban ruidos de desesperación.
Nunca más será igual, me susurraba junto a Poe
mientras reiniciaba mi húmeda marcha.
El árbol y yo
un mágico despertar,
un reencuentro con vidas pasadas de mi alma,
un posible ser mudo,
en frágil comunión con la naturaleza
y el silencio.
El árbol y yo
soy de aquí y de allá como naturaleza viva,
mi alma late y vibra
junto al aromático sonido de sus hojas.
Fotografía de un cósmico túnel universal.