"Prefiero ser un Sócrates dubitativo, a un cerdo satisfecho."
Martin Heidegger
Ser ahí. Un ente consciente que está en el mundo. Sin ser estático y vinculado al mundo. Con capacidad de auto-comprenderse. Anticiparse a sus posibilidades y preocuparse por su propia existencia. Consciente, Jacques le Bon caminaba en el parque De la Vida. Desplegado Spotify Jacques le Bon escuchaba la sinfonía No. 6 "Pastoral" de Beethoven, y evocaba las escenas de la naturaleza al ritmo mágico de las notas musicales. El Dasein como propuesta filosófica de Martin Heidegger se le revelaba en cada pulsión, con cada fotografía en comunión celestial junto al microcosmos del parque.
Ser en el mundo. Con cada paso Jacques le Bon reafirmaba su hoy adquirida capacidad de auto criticarse, evaluarse y hacerse ese riguroso inventario diario. O semanal. Su relación con el mundo externo. Ese estar arrojado. Íntimamente ligado al mundo. Ese ser en el mundo. Ese agridulce sentido trágico y amoroso. Consciente de existir. Será verdad que los árboles no están conscientes de su naturaleza, ni los animales se preguntaba Jacques le Bon. Dudaba a pesar de la ciencia y siglos de filosofía. Sus nuevos vínculos con su Goldendoodle Lulú Vigil le erosionaban en un mar de dudas. Tan inteligente Lulú, tan penetrante y su altísima capacidad de conjugar el amor. Le provocaba a Jacques le Bon pensar que en realidad Lulú Vigil se encontraba en un estadio superior. Que ladraba, en vez de hablar para no descender a niveles de Homo Sapiens.
El cuidado, la preocupación. Anticiparse a sus posibilidades futuras. Ocuparse de sí mismo y del mundo. Dios que tareas de profunda envergadura, susurraba Jacques le Bon. Siglos donde hemos creados dioses unos tras otros. De alguna manera nos creemos dioses. Necesitamos dioses. Yo necesito a Dios, Gran Arquitecto Supremo del Universo pensaba Jacques le Bon, mientras caminaba en cofradía con la música de Ludwig van Beethoven. Ocuparse de sí era ya una enorme tarea. Pero ocuparse del mundo, parecía una utopía rimbombante.
La comprensión del ser. Qué chip, que mecanismo universal que engendra tantas luchas mascullaba Jacques le Bon. La capacidad de preguntarse por el ser y el sentido de su propia existencia. Buscando una compresión del mundo y de sí mismo. Del todo a las partes. De perderse para encontrarse. De negarse para afirmarse. Lo paradójico del camino trascendente e espiritual.
Muchos árboles florecidos. El cielo brillaba con hermosas nubes dibujadas. Jacques le Bon sudaba al caminar con buen ritmo. Se sentía arrojado en el mundo junto a los versos del parque De la Vida. Sin haber elegido existir, daba gracias a la vida y se proyectaba para el futuro. Ya sabia podía vivir de forma auténtica. Asumiendo su finitud y sus posibilidades únicas. O dejándose absorber de forma inauténtica por el mundo del uno y viviendo de acuerdo con lo que se dice o lo que se hace. Viendo el sufrimiento mundanal fruto de las injusticias cerca. El discurrir de cerdos, como el cerdo emperador narcisista. Capaces de todo, y por los medios necesarios de tratar de salirse con la suya. Aún resquebrajando el andamiaje místico del ser. Siendo cosas, como las más viles y sórdidas cosas. Para al final regodearse en su propia pocilga de miserias y oscuridades.
Con un dejo a mortalidad, Jacques le Bon llegó a su casa tras caminar. A su esquina. A ese sillón solitario de autoconfesión. Esa mística esquina íntima de lágrimas, sudor y sangre. De gozo también, de despertares y profundas revelaciones para atesorar la conciencia y el vínculo sagrado con el Logos. Con Dios, Gran Arquitecto Supremo del Universo. Consciente de su mortalidad, Jacques le Bon accedía a vivir de manera auténtica. Con aquellos cerdos circunstanciales ahogados en su propia salsa de bulling de egotismo autoinfligida. Con la duda ya definida, más de forma que de fondo, sobre uno de sus escuderos y mejor alicate tecnológico en sus lides ferreteras. Para brindarle la oportunidad necesaria, como la que la vida misma le brindó a Jacques le Bon.
Recordaba ya como una especie de Buda caribeño, que siempre vendrán cerdos y siempre vendrán dudas. Como metáfora de la rueda, de la vida y el eterno retorno. La vida como escuela y, el ser como alumno que busca trascender junto a la dualidad del ensayo error. Como flashes una película de fotografías hacían un recuento de su vida. Los afectos y los versos de lo vivido con muchos importantes que ya no están. Lo verdadero y lo importante en el hombre que busca el sentido de la vida. Contento por esas interrupciones necesarias cada cierto tiempo. Esa vuelta a lo básico tan aleccionador y de tanto valor fueron el preámbulo para un necesario inventario personal, a propósito del mes diez. Una hermosa lista de agradecimientos a lápiz y papel. Un compartir honesto desde un simbólico círculo. Como bálsamo para un nuevo amanecer espiritual.