Ir al parque era como viajar. Este pequeño bosque en medio de esta selva de cemento era como beber agua con sed. Un manantial de insospechados recursos, un microcosmo con dejo y sabor universal. Su verdor, el aroma junto a la crocancia visual de los troncos de sus árboles era un fulgurante impacto repleto de luz y sonido de libertad. Un oasis para sentirnos como lo que somos un elemento más de la creación y poder sobrellevar esta pesadilla de la peste. Comprender desde el corazón su mensaje subliminal de cambio para aceptar nuestra real fragilidad. Ya decía nuestro Pedro Henríquez Ureña solo la educación nos salva. Añadimos el amor por el viaje junto a los sueños que son la eternidad.
Era sábado y jugaban al fútbol. Estaban prácticamente solos padre e hijos y escasos tres o cuatro caminantes. Reinaba el sonido del parque junto al delicado martilleo de unos carpinteros en los troncos. Los chicos corrían sin cesar, el padre disfrutaba y les vociferaba arengas desde la portería. Sudaban ante la inclemencia del verano. Disfrutaban la libertad del parque y el cese momentáneo del encierro impuesto por las circunstancias.
A la hora cansados se sentaron todos a beber agua. Empezaron hacer cuentos y bromas, a recordar las acampadas que años tras años proporcionaban brillo y aventura al verano. En un aleph mágico de locura con lucidez universal decidieron ser exploradores y el parque el globo terráqueo. Sacaron sus lupas imaginarias e iniciaron su travesía cual Indiana Jones tropicales.
Al pasar la malla ciclónica y adentrarse al bosque encantado divisaron unas huellas de pie grande. Se acercaron a la roca para confirmar. Enormes pisadas que parecían de Osos rodeaban la piedra sagrada. Era increíble. Sería posible que en medio del toque de queda mundial se produzcan grandes migraciones de todas las especies por el mundo, se preguntaban en medio del sueño. Se van o se esconden en algún lado para salir en la noche se cuestionaban. No podían creer lo que soñaban. Pisadas de Osos o algún gigante en un pequeño bosque tropical. Caminaron toda la superficie, se arrodillaron para oler y sentir las pisadas. Una nueva era de insospechadas transformaciones paso por la mente de los tres que confirmaban absortos desde sus miradas.
Con el celular del papá tiraban fotos de las huellas de pie grande pero se borraban. El orden imperante, los códigos y los vestigios de dominación no funcionaban. Se abrazaron los tres con asombro. Como náufragos repletos de hermandad se dejaron llevar por el nuevo mundo en ciernes. Espectadores desde sus humildes asientos en una especie de arca de Noé soltaron el control imaginario. Llevados por la fuerza se adentraron a una inteligencia universal desde sus asientos. Cantaron al unísono al ritmo mágico de la vida, sintieron la seda amorosa del regazo del Arquitecto Supremo del Universo. En un flash terrenal pie grande era una huella. Un camino sugerido para adentrarnos al propósito. Una metáfora simple de la razón de vivir.