Desde el inconsciente persistía en acariciar una vida de sueños sin cambios. Donde todo estuviese establecido según sus planes e íntimos deseos. Jacques Delors Guerrero por años habría trabajado en el despertar. Específicamente en lo referente al tema a su ya conocida fascinación por habitar en aquél exótico país llamado la zona de confort. En la necesidad imperiosa de identificar sus temores, como causa y efecto, paralizantes para trascender y poder acariciar la libertad de vivir. Sus miedos, como una cebolla y sus innumerables capas, mutaban a nuevos retos con obstáculos para reiterar la real dinámica de la vida al alumno espiritual Jacques Delors Guerrero. Los cambios mutaban y sofisticaban hasta aderezar sus entrañas, palpable junto al rugir de cada nervio para señalarle al estudioso por necesidad del arte de vivir la verdad cíclica de este paso mundanal. Inconsciente despertaba nueva vez acariciando su entrañable zona de confort. Los gruesos muros de la casa como un muro de las lamentaciones en Jerusalén le susurraban junto a Albert Einstein: Locura es hacer lo mismo esperando resultados diferentes.
Lo establecido. Las certezas. Los horarios con aroma a tiempos y hábitos era una mecánica excitante donde le producía sentimientos de dioses. El orden imperante. Sus designios e íntima convicción chocaban con la realidad de lo gregario. De alguna forma asociaba el libre albedrío con el status quo de sus deseos y más caros anhelos. Por esas tareas pendientes siempre desde lo espiritual relacionaba el a imagen y semejanza a un bálsamo de grandeza inconsciente del mundo como su imaginario propio.
Jacques Delors Guerrero volvía a su pupitre ante la futilidad de la incosciente anhelada zona de confort. Nada es estático repetía. Todo fluye, gira, cambia y se transforma susurraba. Al recobrar su real rol de alumno podía ver sus propios errores para aceptarlos y proseguir la transformación. Que vaina este anhelo de lo inmutable pensaba. Una especie de hamaca caribeña mental donde sueña que nada mute, y por siempre reine su versión de la paz y la serenidad conforme a su mundo establecido en sus cortezas cerebrales. Despierto declamaba hermoso es el riesgo junto a Platón. Tanto chocar con la misma piedra. Tanta mística de la sustancia segregada del dolor para adentrarse a los caminos.
Ya a la diestra de los dioses los cielos le sonreían. Recobrada la humildad con dejo de sabiduría volvía a digerir los cambios con el sano juicio prestado por el Arquitecto. Más que estorbo los cambios retomaron su real sitial como parte necesaria de la vida. Al ritmo mágico de la vida el sabor del Olimpo prometido era combustible sin el ilusorio aroma a control. La ciudad de Dios de San Agustín se le enseñoreaba por todo su hipotálamo. Bendito el cambio y la adaptación. Bendita las crisis. Bendita la infinita posibilidad humana de colaborar. La colaboración desde la íntima convicción chispa esencial del desarrollo y todo el progreso de la humanidad. Jacques Delors Guerrero proseguía sus pasos en modo consciente junto al bagaje de nuevos despertares desde su décimo novena reencarnación. Acariciando el telar imaginario de una especie de monje Cisterciense a lo Keating mascullaba: Falta mundo aún; La enseñanza continúa.