Por aquellos días imperaba un profuso ambiente de mala muerte. Monomojao era un punto. Un microcosmo del barrio de Villacon que no llegaba ni a una calle. Eso sí, con la más alta tasa de densidad por centímetros de tigueres, cueros, chulos y maipiolos de todo Santo Domingo. El cabaret la Matica era el ícono, lugar emblemático de aquella estampa. Además de operar las 24 horas, la Matica era el más concurrido. El de mayor operaciones de sexo con pasión o sin ella, de juego junto a permanentes ceremoniales de culto al dios Baco. Un antro lúgubre y apestoso, forrado en una atmósfera de un musicón ensordecedor.
Serían las diez de la mañana cuando llegó el rifero Eddy Papeleta en su motor Suzuki 125. Se desmontó y entró parte atrás de la Matica. Todo el mundo lo conocía y respetaba. Era el hombre que aguantaba y pagaba los números del juego. Un intocable en los mecanismos de aquél mundo. A pesar de que siempre que Eddy Papeleta llegaba a aquél lugar respiraba frío, saboreaba un profundo sentimiento de temor. Ya detrás, se sentó con su rifero del punto Lacinio Peralta. Pagó los números agraciados, cobro los demás y tomó la nueva lista. Tremebundo, asqueado del bajo a Bermúdez cara de gato en cada pulgada, en cada urticante espacio del oscuro lugar salió raudo y veloz.
Afuera lo esperaba el ágora. Un coliseo Romano tropical bajo los radiantes rayos del astro rey. En un entrar y salir. Un abrir y cerrar de ojos Eddy Papeleta, junto a aquella muchedumbre enardecida, presenciaba un duelo a muerte entre Tugamito y El Gacho. En fiero combate con cuchillo en mano se tiraban como diestros espadachines. La furia, la temeridad junto a la violencia en su máximo esplendor brotaban desde el pavimento como vapor. Nadie se atrevía a entrometerse. Eran dos figuras temidas y respetadas. Llevaban más de veinte minutos en combate en aquella metáfora de la barbarie. Eddy Papeleta frisado no podía moverse, era un espectador secuestrado sin poder marchar.
En aquella arena de gladiadores. Sin gato prieto a la vista, la aglomeración provocaba sudor. De repente la pausa. El Gacho harto de faenar voltió su cuchillo y levantó sus brazos. Miró los cielos y le vociferó a Tugamito ven coño. Tugamito avanzó firme y le asestó una profunda estocada en la barriga al El Gacho. El Gacho lo abrazó con fuerza y, miró las estrellas. Con odio y gritando en comunión con Lucifer le clavó 42 estocadas mortales a Tuganito en toda su espalda. Nadie intervenía. Nadie decía nada. Un silencio sepulcral junto a un baño de sangre derramada. El terror caminaba como aguas sucias por la cloaca.