Era el año 2023. El Covid como el teteo ( danza en coro de frenesí libertario, nota con supuesta soltura del alma desde lo sexual) junto al sargazo en nuestras playas aún persistía con implacable terquedad. Jacques Le Bon tomó un avión rumbo a Boca Chica, Texas. El plan era que desde allí se iría a Marte en busca de nuevos horizontes. Otras órbitas, no desde aquellos mundos psicodélicos construidos en juventud inquieta, más bien desde inicios y despertares para una nueva convivencia con mayor sentido de civilización para la especie.
Boca Chica era la parte más sur de Texas. Con apenas 30 casas esta localidad costera junto al golfo de México recibía con asombro desde sus desérticos paisajes toda la influencia espacial de SpaceX y el capitán Nemo de los tiempos Elon Musk. Jacques Le Bon había comprado un pasaje para Marte y sería parte del viaje número 32 del conglomerado espacial al planeta. Allí en el planeta rojo Jacques formaría parte como miembro de una colonia de 14 buscadores espirituales.
Boca Chica tenía el concepto de ciudad Charter o ciudad fletada. Esta idea fue original del economista Paul Rower. Quien fue economista en jefe del Banco Mundial, por demás fue ganador del premio Nobel de economía 2018. Este escéptico de la utilidad del urbanismo tradicional, diseñó espacios de convivencia con sus reglas, leyes propias y espíritu de satélites independientes. Relegando a tercer plano gobiernos municipales, y porque no -pensaba Jacques con deseo- hasta el totalitario concepto de estado como ogro opresor (sueños, que los sueños, sueños son). Fue la fuente de inspiración para Rower el concepto de Polis o ciudad-estado a partir de las lecciones de Silicon Valley como modelo de desarrollo urbano donde la ciudad es un producto. Aquella expresión de Borges de que algún día la humanidad merecería vivir sin gobiernos emergía con posibilidad.
Antes de partir a Marte Jacques Le Bon tenía que vivir en Boca Chica 6 meses. Era requisito para ser parte de la expedición. Como sueño Orwelliano Boca Chica era el laboratorio. Comunidad de 30 casas aparcadas con sus cubiertas de aluminio. Airstream que al ser impactadas por los rayos del Sol tenían apariencias de cápsulas espaciales. El ambiente de vehículos eléctricos, cohetes espaciales, medios de pagos electrónicos y el fervor en la construcción de esta nueva ciudad. Boca Chica era un microcosmo de lo que sería la vida en Marte. Ingenieros, comidas creadas, ministerio del amor, las ideas del big brother y un chip generalizado de cambio con aroma a adaptación.
Un sentimiento profundo de organización y método agobiaba a Jacques Le Bon en su ya tercer mes en los llamados entrenamientos de reeducación. El sueño Borgiano de una polis libre y soberana desde la individualidad se esfumaba. Sentía Jacques el sopor del adoctrinamiento. Una especie de vuelta atrás al estado socialista y planificado. Aquél mundo antes de aquellos agigantados pasos dados por el mundo libre en tiempos de la Thatcher y Reagan. La belleza eterna de las propuestas contundentes y repletas de materia gris de Smith, Von Hayek y Popper del rumbo debería de llevar la humanidad en sus estructuras e íntimas convicciones del orden establecido y las libertades. Boca chica Village era quizás un poema a la libertad con tecnología desde el control.
Con los rayos de la mañana Jacques tomaba sorbos de café. Taciturno y harto del sentir robotizado escupió aquella escaramuza de laboratorio del néctar negro de los dioses blancos. Era un café a partir de una molécula creada. Qué asco masculló Jacques. Es lo mismo pensó. Desde Homero, tanto en la literatura como en la vida, no hemos hecho más que recrear los dramas humanos en un eterno retorno teatral filosofaba Jacques Le Bon. Esta Boca Chica como la mía está en un clímax de novedad. Le ha llegado su Walt Disney -este en vez de entretenimiento cree reformular la vida- como allá previo al turismo dominicano. Siento barrotes imaginarios en todo mi ser como pesadillas. Este Musk cual partido o poder con deseos totalitarios a lo Orwell controla, reparte, manipula y diseña en tripeo además. La sonrisa al subir y bajar el Bitcoin -aquella cosa sin sentido como le llamó Buffett- era una estampa a lo William Randolph Hearst.
Horas despúes con su sola mochila a cuestas se marchó Jacques Le Bon. Una fotografía de Walt Disney en la Matica junto al hotel Hamaca como una sola hamaca gigante surcaba sus anhelos y pensamientos tropicales. De vuelta recreaba lo falaz de la fuga geográfica. El camino interior se le reveló con cúmulo de polvos y sombra. Soy nada para el universo; para mí todo.