La cumbre de Sharm el Sheij era puro espejismo. Una humarada de paz de los tiempos, que provocaba instantes efímeros. Ah el instante, que como el click digital poseían categoría de estado mascullaba con vehemencia Anselmo Paulino Roncones. Muy lejanos de las tierras de Castilla y La Mancha. Anselmo Paulino Roncones cabalgaba de forma virtual junto a su fiel asistente y mejor amante Claudia Pedralles. Buscaban estar ajenos a las luchas geopolíticas fratricidas. Evadían junto al poder de Amadís de Gaula y sus novelas de caballería.
Adentrados por tierras banilejas galopaban junto a los versos de Cide Hamete Benengeli, como narrador omnisciente. La nueva escalada de aranceles para con China. Las tierras raras, como arma mortal económica del poder de China que se enfrenta ante el hegemón. El por todo, que retarda lo inevitable. El ego y el resentimiento del que emerge. La grandiosidad y el bulling del emperador. La presencia en todo y todas las cosas como la muestra de la futura cumbre en Punta Cana. Los intereses creados con los necesarios chinos mafiosos cerrados y, el mandato imperial de la nueva procónsul Leah. Una bipolaridad con esferas de influencia marcaban la órbita terrenal.
Ajenos junto al perfume generoso de los mangos cabalgaban por la campiña banileja. Paya, Sabana buey eran reconfortantes paisajes para Anselmo Paulino Roncones y Claudia Pedralles al lomo de su Rocinante y Rucio. Junto a las marcas de los cascos de sus caballos por las tierras de Máximo Gómez, recitaban versos y gemidos de deseos. Huían de la sinrazón del mundo, en busca de luchas por el amor y la justicia. Adentrados por verdes praderas, llegaron a Quija Quieta. Divisaron una posada del majarete, que para Anselmo Paulino y Claudia Pedralles era una especie de castillo medieval de tiempos de la ocupación canaria.
Fueron recibidos como héroes, desde sus sueños imaginarios. Desmontaron de sus bestias, y les dieron de beber y comer. Felices en trance de evasión como método terapéutico, Anselmo Paulino Roncones y Claudia Pedralles pasaron a una enramada donde fueron invitados a descansar en sendas hamacas. Juntos, se daban la mano con empeño y fortuito cariño. En trance, con el bullicio de motoconchos que pasaban Anselmo Paulino Roncones vociferó son Molinos, son gigantes molinos de viento en estos trópicos encantados. Como versos de crema aterciopelada, la repostera de la posada les trajo una fuente tepe tepe de Buñuelos de Viento. Como una ópera cumbre caribeña, Anselmo Paulino Roncones y Claudia Pedralles comían y se untaban Buñuelos de Viento rellenos de nata por todo su cuerpo. Una lucha cremosa y paradisíaca con buñuelos que se llevó el viento, junto al chirrido de cansadas armaduras y el resquemor de viejas lanzas oxidadas.