Constante el cambio en este hermoso proyecto de vivir. Vivir y fluir junto al cambio, o existir desde el sufrimiento revestido del corrosivo miedo es la cuestión. Cambio, todo cambia. Nada es estático, todo se mueve o tiende a perecer.
Muchos de los que se han cuestionado. Muchos de los que con sabor a derrota y tierra del valle de los caídos han reiniciado el camino. Han reconocido la majestad del cambio, el control supremo de la naturaleza desde la mutación, el orden holístico establecido, la dialéctica que busca la síntesis del cambio. Tienen respuestas desde la buena voluntad para adaptarse a los cambios y retos que se presentan. Conjugan la receptividad en apertura junto al universo como alumnos a las permanentes nuevas enseñanzas del Arquitecto Supremo del Universo. La vida como maestra para algo más allá e ininteligible para nuestras limitadas capacidades humanas.
Que quieres que haga se preguntan desde sus microcosmos. Ensayo error permanente, tedioso y amargo para los que no logran abrirse a las místicas enseñanzas del cosmos. El ego, el egocentrismo sumado al temor que paraliza. Que desborda desde lo obsesivo compulsivo que se refugia en el orden imperante. En el control ilusorio que como el tener nunca se sacia de otra y otra dosis. Encapsulados en la concentración de si mismos muta el ego, el miedo hacia otros estadios de sofisticación que en definitiva son barrotes de vacíos con miseria. Cárceles imaginarias que conducen hacia una existencia fútil con profundo aroma a sufrimiento sin el canto de la paz y la serenidad.
En el camino espiritual nada es dado ni de carácter permanente. Día por día, como respirar y comer, el alumno ha de buscar y ganar el pan espiritual. Renovar su entrada triunfal al reino. Como el aire es necesidad ese aliento vital de salvación desde los cielos azulados que impregna mística al alma, la conciencia y conecta desde el chip diosesano con el universo, vida con propósito y la razón de las razones.
Cambio permanente enemigo de las zonas de confort. Cambio como risa ante los alumnos que se creen profesores en el tiempo. Cambio como tinta indeleble de que solo sé que no se nada. Cambio que duele. Cambio lleno de cicatrices con heridas de los deseos, de los arrebatos de la infancia malcriada y consentida. Cambio desde la rebeldía con tufo a posesión y juguete estropeado. Cambio desde el ilusorio y maldito control de un diminuto punto, desde un pequeño planeta de una determinada galaxia. Cambio de ese egoísmo putrefacto que aísla la esencia y nuestra razón de amar y ser amados. Cambio donde no es válido el tiempo, ni las lecciones o tareas ya completas. Cambio desde el alma, en el ADN, en la real pequeñez por nuestra realidad de permanente alumnado. Cambio desde la ignorancia e incomprensión que pide entendimiento y luz, desde la altera competitividad sorda, engreída y estúpida. Cambio para dar desde el ser y amar, para soltar y poder fluir de manera apacible junto a las eternas galaxias a su ritmo mágico.
Egocentrismo enfermedad del alma. Cambio para servir y escuchar. Cambio para estar y participar. Cambio para fundirse en la complicidad y la colaboración a escala planetaria. Cambio en la identificación, en la ayuda y la generosidad de la presencia legítima. Cambio desde el ejemplo de Sidharta Gautama, el iluminado, en su generosa frondosidad de plenitud. En su eterna iluminación desde el presente sin el imperioso deseo. Cambio desde la íntima convicción del amor redentor de Dios: bondadoso, amoroso y misericordioso. Junto al creador todo se puede desde el hoy. Un día a la vez, como dioses a imagen y semejanza. Cambio desde el humilde camino hacia la ciudad de Dios de San Agustín. Ir, cambiar y volver pues se necesita más. Como las manecillas del reloj en un imperecedero eterno retorno. El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Adelante pues.