In Reflexión

CARTA A LA TOLERANCIA

Querido Jacques:

Aquél mundo tras la caída del muro de Berlín fue un sueño. Una quimera de un bálsamo transitorio de concordia, progreso y posibles aires de libertad para toda la civilización. Recuerdo de forma vívida cuando vi caer el muro por la televisión. Sereno, expectante con apenas 18 años de edad, sentía trascendencia humana por todos mis sentidos ante aquellas históricas imágenes. Ah las vueltas que dá la vida querido Jacques, muchos años después de aquél trascendental acontecimiento fui a Berlín. Pude pararme frente a los restos del muro dejados a propósito. Disfrute en vivo aquella imagen, que me producía el terror en juventud de la oscura esfera comunista, de Erich Honeker y Leonid Brézhnev besándose.

Por aquellas fechas hubo un sentimiento de unicidad, de aldea global. La hegemonía total del mundo Occidental era un canto de fe, fortaleza y esperanza. Al igual que la construcción post Bretton Woods, el mundo se podía imaginar aún con mayores bríos ante la posibilidad de una colaboración plena de toda la especie. Liberalismo. Libre hacer, libre pensar. Bajo el paragüas de normas y reglas supranacionales consensuadas por un ya Homo Deus. Atrás los conflictos y las grandes diferencias. Brillaban por los cielos las notas musicales del Himno a la Alegría de Ludwig van Beethoven. Las voces del coro de los versos de Friedrich Hölderin se confundían en abrazos celestiales, junto a la grandeza de Helmut Kohl, Jacques Delors y François Mitterrand. La vieja Europa, madre y maestra, dejaba atrás la bestial autodestrucción de la guerra.

Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II eran más que vencedores. La posibilidad de un nuevo Plan Marshall para la oscura órbita socialista. El sueño excepcional del wilsonismo norteamericano de los siete puntos, en una liga de naciones global. Bajo la amorosa supervisión de un hegemón ejemplar. Más allá del bien y el mal, un árbitro curtido en la sabiduría de los errores de Roma y todos los demás. Que dolor Jacques. Todo fue sueños como los de Calderón. Me siento un lobo estepario mi querido Ponty. Tengo luchas con la sociedad actual, y dificultad para encajar en un mundo que se percibe como ajeno y hostil. Recuerdo a John Locke y su Carta a la Tolerancia a propósito de nuestros tiempos actuales. Querido Jacques parafraseo las palabras de Locke en su ensayo y tiemblo ante el símil de su época. Un ogro opresor como presidente imperial, que quiere imponer y avasallar como burda fuerza deshonesta.

Al mundo le falta tolerancia querido Jacques. Visión espiritual que trasciende. Desde la pandemia el caos y el terror reinan. Nuestros líderes actuales son producto de ese oscuro sentimiento global. El miedo al porvenir de la Revolución Industrial Tecnológica del Conocimiento 4.0. La incertidumbre de los nuevos muros feudales del siglo XXI. La fuerza del instinto de la selva tribal del renovado hombre lobo. La caverna vuelve con aparatos sofisticados. Resurge como primates sin dioses ni norte. La salvación del alma vuelve a ser una cuestión individual como plantea Locke. La coerción no puede cambiar las creencias de las personas, tal como apunta el filósofo británico. La tolerancia como un valor social, la libertad de conciencia como seres ante la fecunda posibilidad de conjugar el a imagen y semejanza.

Genocidios y guerras en pleno 2025. La mentira como Razón de Estado en la cúspide del poder. Los premios Nobel detonan en caricatura vacía. Jefes de Estado se inflan los pechos con palabras descompuestas por los medios de comunicación. Un mercachifle viaja como un burdo vendedor de armas a punto de pistola. El éxito es como una bachata vocinglera con olor a vagina y senos voluptuosos siliconados. Tolerancia y grandeza se diluyen. Impera la soberbia egocéntrica. Somos la caricatura de dioses terrenales de este pequeño planeta, ubicados en esta determinada galaxia. Mi querido Jacques te escribo está carta a la tolerancia como desahogo. Como vasija cósmica de versos, que camina rumbo hacia la nada.

Con mi más alta estima y afectos,

Hans Ulrich Van Guz Castelar

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