El mercado de Villa Consuelo resplandecía en las primeras páginas de los periódicos. Habría de llegar una pandemia para resucitar su vieja gloria que ni la remodelación, ni el rugir anónimo de la comunidad que desde su inmensa laboriosidad y esfuerzos poco despertaban la atención. El emprendedor, joven promesa y astuto conductor de los hilos de imagen y marketing lo colocaba en el mapa de la aldea global con su flamante túnel sanitizante.
Al corte de la cinta muchos de los curiosos preguntaban si había que atravesar el túnel o pasarle por el lado. Quizás con la intuición básica del concepto de vereda desde su experiencia agrícola rural. El mercado que ocupa toda una cuadra del sector entre las calles Manuela Díez y la Juan Evangelista Jimenez, gracias al Covid-19 trascendía el barrio para lucir por un día por todo el firmamento nacional.
La oferta brillaba en colores y aromas. La especie de feria agrícola enseñoreaba sus galas y mejor cara. Dada las circunstancias por la pandemia, los exportadores de frutas y vegetales así como todo el consumo de los hoteles turísticos con lo mejor del campo, se exhibía en sus humildes góndolas. La oferta estaba matizada por el poder de los colores y el aroma sublime de la riqueza natural de nuestras prodigiosas tierras.
Según proseguía la parafernalia, la copiosa cobertura de los hechos por el staff del emprendedor. Eliseo Del Prado, quien conocía al dedillo el espíritu y la esencia del corpus de Villacon, observaba con atención y mente abierta los acontecimientos. Conocedor de la historia del populoso barrio saboreaba la estampa fotográfica con aroma a política dominicana.
Eliseo en un flash literario, recordó aquellos párrafos de los comicios agrícolas de Madame Bovary. El poder de Gustave Flaubert lo llevó a un trance; a una cápsula desde una máquina del tiempo. Divisó la calle Manuela Díez y fijo su mirada a un balcón majestuoso. Tras las explicaciones del alcalde a los mercaderes de que tenían que atravesar el túnel satinizador para ser desposeídos de sus mugres y miserias con la necesidad de matar el virus mortal. Y Luego de una panorámica de fondo de los pollos cacareando, los pescados opacos de estanque, los vísceras y carnes de vacas y cerdos. Eliseo inicio el viaje desde una metáfora de cápsula presurizada con capacidad de atravesar el tiempo.
Al elevar la nave el balcón de frente dominaba la vista de Eliseo. Sus detalles de arte andalusí le brotaban con frenesí junto al imaginario de aromas a nardos y azucenas. Sentados Rosa Duarte Díez junto a Tomás de la Concha divisaban la estampa del mercado alejados, en otra atmósfera y mundos humanos con sublime escenografía.
Tomás le flirteaba al oído versos. Acariciaba las manos de Rosa con pudor, seducción y amor genuino. Rosa extasiada le brillaban los ojos, el retumbar de su corazón provocaba latidos de manera sutil en todo el firmamento de Villacon. Sus estirpes revestidas de la grandeza. Sus sublimes entregas totales a los principios y valores que conforman la verdadera clase superior destilaban mármoles de almas enaltecidas y humedecían con patriotismo toda la mente de Eliseo. Como vasos comunicantes, como Matrioskas rusas entrelazadas, saboreaba desde la nave la otra historia, las emociones y sentimientos de Rosa con Tomás profesándose amor eterno. Ajenos a la posteridad y el derrotero triste de sus epitafios de palmas tropicales; en el deleite del azucarado momento se obsequiaban respeto y mutua admiración con el poder y majestad de sus miradas. Lejos el final, la sombra del tártaro de Santana pateando a Tomás antes de fusilarlo. Lejos las crujías y el pesaroso final de Rosa en Venezuela fruto de la ingratitud y la hedionda mezquindad nacional. Disfrutaban el momento, conversaban suavemente y mascullaban con serenidad versos de oliva junto a dátiles imaginarios de poesía repletos de pistachos y nueces.