El nuevo período se perfilaba raro. Las carencias hasta en lo básico, como suciedad en oficinas públicas o baches en calles con tiempo sin hacer nada eran símbolo. Un tira y jala de reformas, contrareformas como dimes y diretes se entronizaba en un mucho más decir que hacer como razón de Estado. Como flashes Jacques le Bon recordaba la eterna Montonera nacional. Los Gavilleros, los revolucionarios de turno como conglomerado eterno en todas las etapas del acontecer nacional. Mutan las formas. Cambian los símbolos como el caballo junto al cinto de tiros y pistola y, ahora la yipeta con sus accesorios de atmósfera contemporánea.
Jacques le Bon por una rara simbiosis pensaba en las palabras del eminente historiador y extraño servidor público -dada su notoria capacidad y prendas morales- Dr. Roberto Cassá a propósito de generalatos y gavilleros: "Desde los primeros años del siglo XX, cada vez que se producían cambios de Gobierno, los caudillos locales respondían con una insurrección. La situación se agravaba por la frecuente ocurrencias de guerras civiles entre la agrupación política en el poder y los seguidores de la oposición. Todo ello motivó que el país atravesara una época de crónica inestabilidad política."
Como contrapunto Jacques le Bon recordaba que de niño visitaba la panadería Carbonell para comprar pan de agua junto a su abuelo. Carbonell quedaba en la misma calle donde nació y vivió toda su niñez. Era una especie de leyenda, que luego de la revolución de Abril, trabajó allí en Carbonell Gregorio Urbano Gilbert como un simple despachador de pan de agua. Gregorio Urbano Gilbert Suero había nacido en Puerto Plata en 1898 y falleció en 1970, un año antes de nacer Jacques le Bon. Gilbert fue linotipista, vendedor de mostrador de comercios y guerrillero.
Tal como apunta Wikipedia sobre Gregorio Urbano Gilbert:" El 10 de enero 1917, los marines estadounidenses estaban invadiendo la ciudad portuaria, y Gilbert decidió luchar contra ellos, cargó con un revolver y disparó contra los marines, matando al oficial CH Burton en el tiroteo. Se unió a la guerrilla contra la ocupación estadounidense; fue capturado y condenado a muerte. Su sentencia fue conmutada por cadena perpetua, pero fue puesto en libertad el 22 de octubre de 1922; Gilbert se exilió en Cuba, Curazao y Nicaragua. En Nicaragua, se unió a la rebelión de Sandino contra la ocupación estadounidense de ese país."
Si bien Jacques le Bon no podía dejar de simpatizar con las positivas consecuencias para la paz, el orden político y el progreso de la intervención norteamericana del 1916 al 1924. Estos personajes como los Gilbert, aún equivocados desde su pensar en sus luchas, le producían fascinación. Porque como los Cassá eran avex rarus en la fauna. Modelos de integridad, valores patrios y prendas morales de cierta escasa presencia en estos predios tropicales.
Tal como apunta el Dr. Roberto Cassá sobre Gilbert:" Esas características de la insurgencia, tornaron comprensible que no pudiera postularse como núcleo de una alternativa nacional a los ocupantes. el propio Gregorio Urbano Gilbert, participante en los primeros meses del movimiento y luego combatiente con Sandino en Nicaragua, quedó con una opinión adversa de Evangelista (General Gavillero del Este) y muchos de sus compañeros, a quienes no reconoció talante patriótico." A propósito Jacques le Bon se imaginaba las frustraciones de Gilbert en su participación en la "guerra de abril" donde hubo de todo también. Desde mucho legítimo patriotismo y horror por el suelo patrio mancillado como el de Gilbert, hasta bandolerismo como cuando algunos comandantes revolucionarios prendieron candela a Aduanas, pero vacía.
Jacques le Bon desayunaba e invocaba la panadería Carbonell y a Gregorio Urbano Gilbert con aroma a historia patria. Nunca lo conoció. Pero ubicaba vívidamente que Gilbert había estado allí -se lo afirmó en reiteradas ocasiones su abuelo materno que lo conoció- junto a la oscuridad del local. Rememoraba al señor Carbonell flaco, pelo blanco, barba, ojos azules potentes como los de Rasputín. Callado, las uñas largas como Barnabas Collins, sin par de peloteros y la camisa por fuera frente a aquél viejo mostrador lleno de panes de agua. Jacques le Bon recordaba también al Prócer Juan Pablo Duarte y su calvario. Los hombres de estatura y calidad moral existen en estos predios susurraba Jacques, aún sean escasos. Junto a un plato de lechoza, piña y sandía. Con la cremosidad de un huevo pasado por agua 6 minutos y la crocancia de un pan de agua, Jacques le Bon evocaba relatos patrios una mañana de septiembre.