El cerebro, aquella esponja empapada en sangre no paraba de circular pensamientos. Manuel Del Prado Castelar soñaba y vivía. Ejercía el comercio para ganarse la vida; y esculpía versos para deleitar el alma. Más allá de sus diarios afanes comerciales, de sus hábitos obsesivos por el orden cual monje cisterciense, era un alma que acariciaba los cielos y saboreaba sueños.
El tema del momento, el temible virus Coronavirus, provocaba pensamientos en chinos prolongados. Manadas de chinitos con máscaras y en chancletas surcaban su hipotálamo. Fuera de sus acostumbrados piques – propio de sus afanes comerciales- con tal embarque u problema con chinos, Manuel Del Prado sentía temor y una lluvia de pensamientos sospechosos. Por ejemplo, que la muerte de 107 chinitos no le daba por ciento, ante los miles de millones de su vasta población. Era el año del ratón en China, y pensaba en una densa metáfora sobre los retos de Xi Jinping. A propósito del tablero global y los deseos de dominio imperial.
En la noche una fotografía lo transportó. La imagen del restaurant Mario y el parque Independencia fue provocadora. Un cálido manantial para dulces recuerdos. Materia prima para evocar sueños y añoranzas de la niñez.
Manuel Del Prado Castelar roncaba a patas sueltas. De repente la máquina del tiempo desde la esponja cerebral se activó. El recuerdo, como nubes esparcidas, de aquella noche cuando Mario Chez llegó a su casa a traer comida. Su padre y unos amigos en noche de tragos y compartir pidieron comida al Mario. El mismo Mario en persona llegó en su Mercedes con fundas marrones tipo colmado repletas de exquisiteces culinarias cantonesas. Como una bruma densa Manuel soñó recuerdos. Aquéllos domingos en familia al entrar al Mario, en los sillones de litera a la derecha -casi siempre ocupado por bebedores consuetudinarios- estaba Don Ho padre de Mario. Aquél chino viejo y calvo que había sido socio de Men, él chino de los bizcochos. Don Ho comía arroz blanco en un pozuelo con las manos. Siempre Manuel Del Prado lo miraba -parece por la sinceridad de la niñez- con una cara de asco y repulsa. Ho fruncía el seño y le provocaba temor a Manuel. Como diciendo muévete mocoso. Proseguía el sueño y con él, el camino de la escalera rumbo al comedor. Vio a Doña Maria con sus grandes lentes siempre marcando en la caja registradora presta a cobrar.
Al llegar al salón, el mozo de siempre con saco y corbatín, pelo blanco y profundo aspecto banilejo le invitó a la mesa. Manuel Del Prado Castelar saboreaba los labios y se le humedecía toda la boca en pleno sueño. Tres canastas del famoso pan trenzado con mantequilla -tierno, caliente y esponjoso- acariciaron sus papilas gustativas. Luego llegaron los London Broil término medio, repletos de papas fritas amarillas de Constanza. Un Chofán mixto con jugoso filete, camarones, tortilla de huevo y vegetales finamente cortados junto a unos crocantes Egg Rolls hicieron gemir con fuerza a Manuel. La necesidad de buenos restaurantes chinos. El recuerdo repleto de sabor hicieron de esto sueños gastronómicos, con categoría de místicos, un potente orgasmo de placer.
Al despertar buscó nuevamente la fotografía. El letrero de Mario dando la bienvenida a Trujillo le provocó nauseas. El recuerdo del restaurant Mario en todo su esplendor como símbolo de una época. El brillo de tiempos pasados repleto de sabor. Pensó en Sidharta y el amor; principal condimento de una buena comida.