Aguacero a la vista. Las primeras lluvias de Fred eran tenues. Lágrimas precisas perfumadas de frescor que aromatizaban las calles de Villacon. Serían las 10:30am, y ya Jacques Le Bon agotaba tres horas ininterrumpidas de su agenda comercial. La lluvia, junto a toda su atmósfera nostálgica era una invitación a lúcidos recuerdos, y goces húmedos en toda la mente poblada de Jacques. La intensidad de agua pronosticada le provocaba pujos gastronómicos, al soñar Jacques le Bon preparar un cocido de garbanzos con abundantes chorizos de Naveda. Desde el reinicio de la actividad comercial en Mayo del 2020 por la pandemia, Jacques trabajaba en horario corrido. Hubo de conformarse al divisar su funda de almuerzo con su sándwich de jamón y queso, un guineo junto a un mini chocolate Ritter Dark al 55% de las continentales tierras de Ghana.
Mientras, el inquieto Jacques Le Bon observaba los oscuros cielos desde una rendija en su microscópico hoyito de Villacon. La magia de extraerse desde el silencio era prometedora. Jacques cerró sus ojos. Desde su sordera parcial se adentró en ese túnel opaco de grises de no ver. Por esas fuerzas extrañas del deseo divisó Recoleto, de aquél Buenos Aires tan Europeo y tan latinoamericano a la vez. Medio sordo y sin ver Jacques Le Bon se sentaba en una mesa imaginaria de la emblemática cafetería La Biela junto al inmenso Jorge Luis Borges. El bastón de Borges con su empuñadura de cabeza de Tigre de Bengala era un sentimiento sensorial escalofriante junto a sus manos y sus ojos brotados de no ver.
Jacques Le Bon platicaba junto al poeta Argentino sobre Bachata, estrellas y las imperecederas caricias de los versos del vate Mieses Burgos. Maestro -mascullaba Jacques- sus ensayos, poesías y cuentos son un decálogo filosófico de todas las culturas universales. Una sed legendaria de respuestas a las eternas preguntas universales. Con polvo del más allá Borges sacudió su traje que proyectaba inusitadas sombras. Me parece quieres hablar de inmortalidad mi pequeño Jacques susurró Jorge Luis. Ese primer Quijote caribeño te provoca, os traza un nuevo país Shakesperiano. Sin embargo me adentro en tus corrillos de pensamiento y siento la feroz dualidad junto al memento mori. Ah la inmortalidad tan deseada. Todos la anhelamos desde un agridulce sentimiento. Porque cuan atractivo también es el fin. El final apacible sin ruidos ni luchas pasajeras. La nada transparente con sabor a agua. Ya Don Miguel de Unamuno transitó esa arritmia del alma mucho antes que todos nosotros. Homero pues con sabor a Troya dibujó el parnaso eterno de occidente. Hasta el universal adiós con la siempre esperanza de volvernos a ver concluyó Borges.
Sed de inmortalidad repetía Jacques Le Bon. De está o de las otras vidas soñadas por los Vedas o Sidharta Gautama. Al canto de dioses a imagen y semejanza unos susurros deseados de Jesús de Nazaret confortaban a Jacques. La lluvia que provocaba extraños sueños. El rumor de confinamiento que evocaba caldos, poetas, libros y silencios. A mitad del camino la posibilidad de inmortalidad hacia otros estadios o la transparencia de la nada era un tierno paisaje de la condición humana. Desde la estampa de sentimientos de lluvia de Fred; unos soñados brotes de sangre desde aquella inmortal oreja de Van Gohn producía pituita imaginaria en la nariz de Jacques Le Bon. Al despertar del momento monsieur Le Bon divisó los cielos de Villacon poblados de agua de tormenta junto al rumor de aquellos versos de Jorge Luis Borges: Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.