Ya casi dos años de pandemia suspiraba Pier Paolo Passolini Contreras. Paolo junto a dos amigos, más siete amigas desayunaban en el Palacio de la Esquizofrenia. El aroma de derretidos de queso amarillo y batidas de Zapote con Carnation engalanaba la mesa junto a la vista del parque del almirante de la mar oceánica. Los diez hacían un recuento cronológico de estos dos años de confinamiento, muertes, terror, inflación y las malditas coerciones propias de las circunstancias a la libertad y el libre albedrío.
La mayor trascendencia nacional parecería la necesaria lucha contra la corrupción puntualizaba Pier Paolo Passolini Contreras. Ver Generales como los de la montonera, procuradores, familias presidenciales cuasi monárquicas europeas -pero de mal gusto- presas en Najayo, narcos y Paganes cantando generaba aliento a la suma de nacionales decidían no ser como la manada tigres binbines-Trujillines. A los que aspiraban a un ethos más perfumado por la grandeza humana producía esperanza este circo o punto de inflexión a una nueva realidad con transparencia y honestidad nacional. Hartos los diez de los tiempos. De las mascarillas, el protocolo. De la francachela y los teteos de la raza dominante de los de arriba y abajo se les ocurrió huir. Escapar a una villa a las afueras y como en el Decamerón de Giovanni Boccaccio vivir diez días de forma intensa e apasionada. Aislados del bullicio y los peligros de la ciudad fruto de la peste.
Ómicron era el inicio del fin según los entendidos. Tras pagar la cuenta los diez se pararon. Vamos al super ahí decidiremos el menú para los diez días clamaban. Iremos a la villa "La Serenidad" en Rancho Arriba todos hoy mascullaba Paolo. Raudos y veloz se fueron a las escarpadas montañas de Quisqueya. Al llegar se acomodaron junto a la atmósfera de bosque y al unísono conjugaron en poses relajadas. Ajenos al acontecer comían, dormían, escuchaban música, declamaban poesías. Mañanas completas de meditación y oración extasiaban sus almas, rimaban junto a las verdes praderas y el encantador aroma de los pastos.
Era el séptimo día. Pier Paolo Passolini Contreras exhibía sus dotes de artista culinario. Unas paletillas de Cordero lechal al horno de leña esparcían su humarada por los cielos de Rancho Arriba. Adobadas con sal, agua, manteca de cerdo, romero y delicadamente acolchadas sobre patatas panaderas, las paletillas sudaban su jugo al ritmo de las brasas. Perfumaban la villa con la calma del asado, junto a la paciencia de la más noble carne de tierra: El Cordero. Ya en la mesa tras el silencio por la faena del manjar de caza, los diez charlaban y compartían con gozo despreocupado. Un café de altura junto a bombones Baci de Perugina cargados de versos cerró con broche de oro la sobre mesa.
Como todos los días tras almorzar los diez se sentaban en la terraza y leían capítulos de la Divina Comedia de Dante Alighieri. Era el turno de Francesca y Paolo para leer. Estaban en el capítulo V del Infierno, Francesca y Paolo se turnaban la lectura por estrofas. Al leer sobre Lanzarote y Ginebra se fueron apasionando. Hasta tal punto que se desnudaron. Frente a todos hacían el amor con fervor y gloria. Ya sudorosos con las montañas de frente ambos gemían gozos de libertad y disfrute carnal. Sin mascarillas, sin políticos ni la peste en sus pensamientos. Como en el mundo literario de Boccaccio en su Decamerón los diez brotaban por los poros el mayor mandato de la especie: gozo del alma con deleite. Como metáforas esparcidas al recordar los tiempos de la peste bubónica; todos aspiraban que tras este Covid-19 vendría un despertar de la especie. Un nuevo Renacimiento para la humanidad y el planeta Tierra.