La vida en sus términos. La verdad y la aceptación como umbral posible para la transformación. Nada que primero no se acepta se puede cambiar. La aceptación es el espacio sideral, la segregación de la real humildad que promueve trascendencia. La paz con serena majestad que suplanta al ego y permite resplandecer la luz. Comunión con los dioses en el olimpo que clama, alígera y guía los pasos en busca de espiritualidad.
Aceptar es fortaleza, valor con coraje para enfrentar el miedo. Aceptar es sentir el rubor de la arena, el ruedo y el sabor a tierra en la batalla día por día en cada paso, en cada búsqueda, en cada humano gesto que añora felicidad. Valentía en la debilidad. Arrojo y temblor junto al miedo sin detenerse. Entrega mística a los cielos, determinación para corregir.
Los mitos se desvanecen. Los conceptos se redefinen en las necesidades de la contemporaneidad. El tiritar del carro de los ganadores trae trabajo, lágrimas, sudor y sangre en alegría. La alegría del riesgo, la búsqueda de los porqué y para qué en la ardua construcción del microcosmos personal. Serenidad, valor y sabiduría. La aceptación como primer paso para el milagro, remover la zona de confort casi siempre revestida de miseria y tonta seguridad.
Hermoso es el riesgo, la belleza de ver mi total imperfección. Belleza en saborear mi vulnerabilidad y aclamar la tierna mano amiga. La amorosa sugerencia de otra alma tan humana y repleta de dudas como yo. Aceptar rugidos y tambores de esperanza merecidos frutos de la bondad practicada y el propio esfuerzo. Sabor a dorados místicos del árbol del Budha esparcidos por todo el universo. Soy no siendo aquel ruido fósil y repleto de peso y metal. Soy en el canto apacible de la naturaleza, en el clamor dulce y sereno que destila paz, en la aceptación que transforma y me coloca mas allá. Adiós a las armas, junto al escudo de los principios y el valor de una vida justa en plenitud.