Jadean como perros celosos. Punzantes se estrujan con violencia. Del piso gimen en la dureza junto a su mecánica celestial. Carnosidad de fibras en cada entrada sudorosa. Tras el brote el silencio. Una ducha y, un cigarrillo. Se cambian, se peinan junto a caricias de colonia 4711. Vuelven volviendo a ser lo que no son. Llegan al estadio con sus cabezas cercenadas como rebaño. Vibrantes, la voluntad unísona de las masas tomó posesión. Líquidos como la sociedad brincaban y balbuceaban como vísceras de mercado. El mundo digital les secuestraba. Creyendo estar más que ser. Sin decidir nada, fluían en la más sórdida burbuja de estupidez. Público o privado les confundía. Alucinante, miles y miles de años de ensayos de la humanidad predecían la vaguedad terminal. ¿Volver para empezar?. ¿Estar bien o estar mal?. Con insospechada naturalidad frotaban gases en busca de sabiduría. Desorientados saboreaban el ruido del momento en trance, ajenos al porvenir. De momento saberse diferentes los hacia de otro mundo. Tantos fardos y vivencias del siglo pasado les impedía entender este siglo. Sin querer, una extraña fuerza los hizo desistir de los juicios. Solo sabían que, en realidad no sabían nada. La post verdad los seducía y a la vez los separaba. Vayamos al frente le dijo, a una burbuja de Vip subliminal. Todo es nada y, nada es todo. Como una concentración de fieles Nazis, el extraño Conejo humano enardecía cada rincón del Olímpico.