Colgaba de su cabestrillo de pintar al morir. Dama con Abanico fue la última obra en la que trabajó el inmenso artista austríaco Gustav Klimt. Comenzó a trabajar en el retrato en 1917, cuando ya era uno de los retratistas más celebrados del continente Europeo. Dice el catálogo de Sotheby2s sobre la obra "La formalidad de sus trabajos más tempranos, que habían sido hechos por encargo, dio paso a una nueva expresividad, a una inmersión en los motivos, el color y la forma aún más profunda y más alegre." Prosigue Sotheby2s: "Este es un trabajo singular que pintó completamente en busca de sus propios intereses. La obra es un reflejo de la alegría que le provocaba pintar a Klimt y una celebración de la belleza en su forma más pura."
Jacques le Bon suspiraba al leer la prensa. No podía creer, era un nuevo récord histórico en Europa. Dama con Abanico, la última obra del gigante del pincel Gustav Klimt, se acababa de subastar por 99.2 millones de Euros. Superaba con creces el récord mantenía hasta ahora la escultura Walking Man I de Giacometti subastada por 77.5 millones de Euros en el 2010. Jacques le Bon era un amante del arte de Klimt. En varias ocasiones había estado en el Neue Galerie de la Quinta Avenida de New York repleto de Klimt. Se deleitaba con los innumerable lienzos del artista en el Neue de la familia Lauder. Del deliete visual y su apreciado café vienés lleno de exquisiteces.
Con esta renovada validación del mercado. Con esta confirmación de lo atemporal del verdadero arte. La verdad como estandarte en la continuidad del amor por la verdadera belleza y el poder de la genialidad. Jacques le Bon como flashes imaginarios. Como un viaje místico lleno de pigmentos y una cromática paleta de colores revivía sus pasos por la imperial Austria, tierra del artista. El Albertina, el Belvedere con muchas obras de Klimt. De sus dorados lienzos preñados de belleza y expresividad. Con la boca agua recordaba el Mozart café y sus apfelstrüdel. La Ópera de Viena junto al espíritu de Mozart. Wolfgang Puck y sus generosas creaciones gastronómicas en el restaurant del Ambassador. Klimt y su espíritu de generosidad en cada bocado de una tarta Sacher.
Más que la suma de dinero. Por encima del posible poder estrafalario de coleccionista de turno, más dados en general al tener que al ser. Volaba por los cielos imaginarios de Jacques le Bon la figura inmarcesible del maestro. Gustav Klimt con su bata blanca abrazando su gata. Sus pelos de punta con su mirada genial, fija e exhaustiva. Sus ojos penetrantes y cautivadores. Su obra, el color dorado, de sus preferidos, con aroma a paraíso cubriendo el cuerpo, resaltando los carnosos labios de Adele Bloch-Bauer en aquél celebré retrato de Gustav Klimt. Dama con Abanico resplandece con su mirada. Su primacía es una oda para señalarnos el parnaso del sueño de los inmortales. Revue Klimt!