Todos los días llueve a las 12:15. El olor a tierra con dejo a vainilla sucumbió los sentidos de Álvaro Gaudí Batlló. Justo en media hora era el momento de partir. Pensaba Álvaro al ver caer las copiosas gotas desde el ventanal de su aula de clases. En todo el poder de su imaginación, entre la tiendita de los números, el desfile de los mapas continente por continente, en cada pausa Álvaro surcaba mares y playas lejanas en todo su mundo precoz de diversión y gigantes. Justo a las 12:45 la voz de Manolo, melodiosa, amable y potente anunciaba la llegada de su padre a buscarlo. Transitar la Gustavo junto a Papá en amena conversación le gustaba. Diálogos de enseñanza, compartir de forma amena y juguetona lo aprendido era un micro-viaje, la pausa del deber ya cumplido y proseguir a la diversión, la libertad del libre albedrío y la exploración planetaria le encantaba. Al subir al vehículo sonaba en la radio Montserrat Caballé y su canto "O mío caro bambino", le confortaba. Tocaba sus fibras y el sabor agradable de vivir. Seguía la lluvia, un rugir apacible de los cielos se sentía en oscura nubosidad. Álvaro Gaudí miraba los arboles, sentía sus movimientos y la suave caída de sus hojas en cada chorro de lluvia celestial. Casi en la Sirena, en el bullicio y la estampa de la enana que barría los frentes de la Máximo Gómez 25, divisó los cielos. En cada esquina y techos de los edificios vio dragones. Seres mitológicos de enorme tamaño que arrojaban fuego por la boca. Reptiles gigantes y alados como guardianes poderosos y místicos para defender a la siempre mayoría de débiles. Su rugir y fuegos dorados pintaba toda la ciudad de brillo y luz. Por un espacio eterno Santo Domingo lucia limpia, poderosa y gigante. Álvaro vio cristalizar en su portentosa imaginación un reino tropical lleno de amor, justicia, equidad y respeto. Como la leyenda de Sant Jordi en Barcelona, Álvaro descubrió los dragones de estos trópicos encantados en cada esquina, en cada gesto de la ciudad. Seres cósmicos que anunciaban el nacimiento de un nuevo orden en las Antillas. Un bocinazo de un jeepeton de algún comesolo tosco y educado al vapor eclipsó su nave temporal. Siempre la terrible peste púrpura presente, pensaba. Al abrir el portón de su casa, cuál guarida de Batman, gritó a su Papá: Son dragones papá, son enormes dragones los vi. Un húmedo aroma a un sabroso arroz con pollo y fritos maduros calmó sus viajes imaginarios. Cuál principito de Saint- Exupéry o detective Teo disfruta los vastos senderos y enormes territorios del infinito imaginario. Unas Moscovitas de la afamada Rialto en Oviedo fueron su postre. El esplendor de lo Asturiano en la crocancia de las almendras, el aterciopelado irresistible de la exquisita cobertura del chocolate era un sueño real. Junto a dragones cuál Harry Potter en la confirmación de la magia, el valor de sus ignotos y brillantes viajes interplanetarios.