Fundada 3,000 años antes de Cristo, situada en los montes de Judea entre el mar Mediterráneo y la ribera del mar Muerto. Ciudad sagrada del judaísmo, el cristianismo y tercera del islam, espacio antiquísimo donde en sus milenarias estructuras y múltiples escenarios espirituales confluyen las grandes religiones monoteístas y ha sido plaza por miles de años del vigoroso calor que provoca la conflagración humana en sus sórdidas diferencias y deseos de imposición; cuna del sinsabor en las luchas filosóficas y visión del mundo espiritual entre oriente y occidente; hoy entre el liberalismo, como religare y doctrina dominante occidental, a las puertas del Homo-Deus y el atraso tangible, desde nuestro mundo, en la interpretación de la vida del mundo musulmán. Los primeros pasos hebreos en estas tierras fueron hacia el año 1004 antes de Cristo, cuando el legendario rey David conquistó Jerusalén a los Jebuseos, iniciando el sentimiento de propiedad sobre estos predios y categoría de sagradas tierras para el pueblo Judío; se consolida con la construcción del templo de Jerusalén por el sabio Rey Salomón, destinado a contener el arca de la alianza y las leyes que según el antiguo testamento y el Tanaj, Yahvé otorgó a Moisés en dos tablas de piedra en el monte Sinai. Miles de años de hegemonía árabe, de profundo olor y nubes del imperio Otomano, a posteriori polvos de dominación de todo el tablero geopolítico de las potencias europeas por estos tristes predios. Tras el fin de la segunda guerra mundial, continúan los aires occidentales en versión juego de guerra Risk, con aquella extraña repartición del mundo en la conferencia de Yalta entre Churchill, Stalin y Roosevelt; y se impone el estado Judío como "paga"; al dolor y atrocidades contra este pueblo en el holocausto, símbolo inequívoco del enorme poder Judío, dada su incidencia económica, en la decisiones del mundo occidental; en 1947 surge Israel y la ciudad de Jerusalén se establece como un corpus separatum, régimen internacional especial administrado por las naciones unidas. Tras la guerra de los seis días en 1967, el estado Judío guerrillero y belicoso al igual que Palestina, declara Jerusalén como su capital "eterna e indivisible", aún su capital política y donde están las embajadas diplomáticas es Tel Aviv, en vista que la diplomacia occidental ha respetado la decisión de la ONU sobre la cohabitación de Jerusalén. Hoy; en estos extraños tiempos bizarros, el flamante y pintoresco presidente imperial, con esa coherencia inversa atípica, en su accionar diplomático y político, quiebra el estatus quo del orden sobre este tema en el consejo de seguridad y declara Jerusalén capital de Israel, y simboliza la medida al decidir mover la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén. Enfilando a Estados Unidos con la otrora campaña de imposición y atropello de aquella obsoleta agenda diplomática Israelí de la guerra de los 6 días, preñada de la rapacidad de los halcones. La respuesta a traído malestar y conflicto, ya se desarrolla una cumbre Árabe sobre el tema, aun el Rey de Arabía, eterno socio-alcahuete de los gringos, ofrece una respuesta cauta, llena de la incertidumbre económica del petróleo en estos tiempos y sus consecuencias para oriente. No podemos dejar de pensar en aquella sentencia de Samuel Huntington del peligro para la humanidad de un real e inminente choque de civilizaciones; la reacción del mundo Árabe pudiera dar forma a una conflagración sin precedentes frente a esta decisión unilateral, que de fin a estos 70 años de relativa paz, base del progreso descomunal de la humanidad y sus "libertades" de manera exponencial. Un nuevo orden global bien pudiese estar matizado por una desastrosa nueva cruzada, dando categoría de inmutable y poco evolutiva a la milenaria y muchas veces pesarosa condición humana.