Vivir el proceso. Entregar resultados y esperar en un banco de paciencia. Dominar el impulso del arrebato instintivo cuando algo se desea, manejarse cuando se anhela desde el rigor de lo primario tiene requisitos mínimos. Se precisa de un alma y un ser en un tempo educado, entrenado en las raíces amargas de un árbol; que sin embargo produce frutos sublimes y exquisitos. Una mente sospechosa que trasciende el debate entre a y b, que crece y madura en el filtro de la experiencia consciente. En la aceptación de tantas cosas que requieren de observar circunstancias y su momento. La impaciencia como ADN, como premura e impulso primario en un mundo dominado por el inmediatismo. El reinante olor de lo instantáneo con sabor a tecnología y aldea global. Al tiro de un click universal que informa y conoce, pero no resuelve las mismas cuestiones atemporales de carácter esencial.
Baje en el ascensor, me brillaron los espejos. Cuanta locura pensé. Como el Zahir de Borges no podía abandonar la idea de pensar en la espera. El arte de la paciencia: ciencia de la paz. Tomé la calle rumbo al parque. El calor me agobiaba. El saber de la necesaria espera ante aquella indeseada visita odiosa y dictatorial que había recibido hace mes y medio; y aún persistía como bruma y bárbaro invasor de mi espacio me inquietaba. Sabedor de esos necesarios momentos para cultivar la espera que tanto nos brindan estos climas tropicales me permitió un poco aceptar el sentimiento. Cuando se irán carajo mascullé. Peste maldita, pensé. Era un domingo repleto de calma, la entrada del verano resplandecía en los árboles con un toque a eternidad. Desde temprano busque el silencio, el aroma suave de mis meditaciones matutinas. La sabiduría cuando se busca de que todo estará bien. En orden divino y al calor del ritmo mágico de la vida. Aceleré el paso me puse los audífonos y encendí la música. Rostropovich sereno y en pleno control me deleitó en un mundo dulce. Con aroma a bóveda de estrellas con las 6 suites para Cello de Bach. Cambie de atmósfera, como el Aleph en aquel sótano de aquella casa en la calle Garay sentí todo el universo. Lo relativo del acontecer, el todo y la nada en todo su esplendor. Sentí que podría estar limitado en pocas palabras y contarme a mi mismo como un Rey del espacio infinito. Decidido y estimulado en todos los sentidos soñaba despierto. Una voz me susurraba: Un dios, sólo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud. Un brote de paz y serenidad corrió por todo mi torrente sanguíneo. En un extraño idioma me gritaba: todo, mundo, universo.
Luego de 8 vueltas al parque. La acción, el suplantar el tedio por airarse y sentir las energías de la naturaleza producía frutos. El estar en lo que se está haciendo gratificaba. Que buscaba me pregunté bañado en sudor. Alumno que sabe necesita del universo y su arquitecto supremo. Con el agradable sabor y experiencia del autoconocimiento, del buscador espiritual que reconoce lo real e intangible. Humano que sabe de lo necesario de la mortificación; y sospechar, evaluar las motivaciones y extraño goce en la queja. El ruido ensordecedor de encerrarse en su propia cárcel, estéril e inundado de pequeñez. Ahh crecer carajo. Muchas veces hedonista instintivo me cuesta ver el porqué y para qué. Pise unas hojas, divisé el firmamento y la hermosa altura de los árboles del parque. Con una metáfora repleta de locura sentí una nave espacial que exclamaba aquellos versos del poeta Yeats: "Estoy buscando la cara que tenia antes de que se hiciera el mundo." En medio de la incertidumbre la furia de lo pasajero. Pasará, todo pasa.