Cielos despejados. Una avalancha de orugas se unen a la expedición del comandante Álvaro Russell Unamuno. El capitán saboreaba la experiencia desde la Casa del Árbol. La casa era su microcosmos, su espacio sideral en la playa Caracoles. Era su Aleph con facultades de máquina y túnel del tiempo donde todo lo imaginable se transformaba en fértil experiencias con vívida intensidad.
El brillo de los controles, la humarada y el adelante Houston por todo el torrente sanguíneo extasiaban al capitán Álvaro Russell Unamuno. Desde el 24 de Junio -que marca el inicio del solsticio de verano y las festividades de San Juan- millares de orugas: largas y divididas en segmentos, con sus seis patas, más los cinco pares de patas falsas merodeaban en actitud invasiva todo el microcosmos de Caracoles y la Casa del Árbol. Las orugas junto a un profuso olor a Bayrum Doña María y una reliquia de almanaque Bristol fueron conspiración para dar forma y cuerpo a la trama del viaje.
Varios sucesos influyeron en la trama. La nueva imagen presidencial a bordo de un Tesla. Sus viejas conversaciones imaginarias con Elon Musk sobre lo favorable de invertir y hacer su próximo lanzamiento del Space X desde los cielos de la bahía de Ocoa. Su nuevo traje de astronauta con guantes, casco y un plateado en puntos estratégicos que le resplandecían en el alma y acariciaban su corazón.
Todo estaba preparado. Al volver a encender los motores una fuerte humarada inundaba todo alrededor. Una palanca imaginaria, la tableta con un tablero repleto de controles y agujas magnéticas. Feliz como una lombriz, el capitán llamó abordar a las orugas. Millares de ellas con un verde intenso desfilaron y se acomodaron receptivas a la novedad en la nave. Serían los primeros internautas, desde el almirante aquél de la mar oceánica, con estirpe de universales. Del capitán y las orugas el privilegio de ser los primeros en el espacio desde estas tropicales tierras.
Le brillaban sus ojos. El fervor de la experiencia, tocar los sueños desde el verdor a su alrededor junto a la majestad de la bahía le hacían rumiar éxtasis de gloria y felicidad.
Tras el intenso viaje, su misión ya cumplida de patrullar el espacio y llevar orugas con futuro de mariposas a las nuevas tierras imaginarias, el capitán descendió a los suelos. Vítores de alegría desde el alma le provocaron una sonrisa. Álvaro Russell Unamuno expulsaba polvos de estrella desde el juego. Sueños de movilidad eléctrica, de hidrógeno en una renovada pasión por los viajes.