En medio de pesadillas constantes, y el aroma de plegarias atendidas llegó el monstruo perfecto. Enmudecido, Jacques le Bon recordaba las lapidarias palabras de Santa Teresa de Jesús: se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas. Como flashes lleno de gratitud, rememoraba sus lágrimas derramadas en la basílica en su última peregrinación a Higüey. Plegarias atendidas humedecidas con gozo, y la magia del perfume celestial del todopoderoso.
Sin apariencias el monstruo perfecto. La mentira y la soberbia se instaurará nuevamente en el umbral. Decadencia y caída imperial sentenció Edward Gibbon, refiriéndose a Roma. Inmediatismo de la era del click, que reacciona más que razona. El bolsillo y el mundo virtual de las redes. Desparpajo de emociones y sentimientos aromatizados con frustraciones. Lo que puede ser, más que lo que es desde un diván de ilusiones quebradas. El wilsonianismo y la moral de libertad como faro de luz en la política imperial resquebrajada. La realpolitik ejemplificada desde el mismo pragmatismo y rango de un Zar o Mandarín.
Lucha de titanes con botones nucleares. Muros feudales con sabor a espléndido aislamiento y salsa Monroe. Influencers y charlatanes dominan el escenario. Un nuevo orden mundial con una nueva escala de valores se instauran para revertir lo establecido. El bien y el mal dejan de ser parámetros en la toma de decisiones. Sacudido, Jacques le Bon acariciaba las nubes oscurecidas del nuevo firmamento. El mundo como la vida no es para entenderlo, es para vivirlo. Viejos y nuevos la misma vaina; como la rareza “demócrata” y la escasez de propuestas en su discurso. Hegel decía que todos los grandes hechos de la historia universal, aparecen dos veces. Marx le complementó añadiendo que una vez como tragedia y otra como farsa; recordaba Jacques le Bon.
Tanta libertad con tanto desarrollo que produce tanta insatisfacción. Lo que ya se tiene, como conquistas de siglos por ser ya dadas no se aprecian. Incoloro, con la mente en blanco Jacques le Bon no entendía nada. Por fin aún sea por segundos comprendía a Sócrates, el gran filósofo de la Grecia eterna. Somos los humanos ondulantes y diversos. Erráticos e inverosímiles.
En una extraña escaramuza literaria se intercambiaban los papeles. Jacques le Bon se convertía en el escritor. Revelaba que, fue de Truman Capote que copió el título de Plegarias Atendidas. Recordaba que Plegarias Atendidas de Capote fue una estafa famosa en los corrillos literarios. Una obra que nunca publicó el autor. Sin embargo, cobró varias veces para su futura publicación.
Se quedó en el tintero, engañando a los grandes turpenes de las más poderosas casas editoriales. Quizás, como el caradura mesías de los tiempos de melena rubia teñida. Un engaño narcisista y egocéntrico personificado. Repetido y potenciado en su mandato, como catalizador de los más oscuros deseos del homo sapiens del imperio de los tiempos. Todos somos él. Ante las pretendidas ínfulas de grandeza en unidad y libertad. La barbarie ante la verdad de un Trucutú universal enquistado en el alma. En las fibras más íntimas de los seres vivos portadores de lenguaje y sueños de dioses de este pequeño planeta, en esta determinada galaxia. Veni vidi vici.