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RÉQUIEM MILAN KUNDERA

Visión circular del tiempo, el eterno retorno como ritmo de todo lo existente. El pacto de Varsovia. Praga mancillada en aquél fatídico 1968 por la tiranía de los tanques soviéticos. El teatro de Václav Havel. El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer. Friedrich Nietzsche y Así habló Zaratustra. Como mandato circulaban oraciones precisas por todo el hipotálamo de Jacques le Bon al enterarse de la muerte de Milan Kundera. Kundera autor de culto en los años ochenta. Sería a finales de aquella década cuando Jacques le Bon conoció al autor y, leyó La insoportable Levedad del Ser. Fue pues su lectura un antes y después. Fue ahí, desde la fragilidad humana de los personajes de la obra, que Jacques conoció el terror de la opresión comunista desde lo literario. La asfixia de  aquella mentira envestida en sistema, en método de dominio contradictorio desde sus elitistas clases dirigentes donde Jacques le Bon consolidó su repulsa a los regímenes totalitarios. Fue en aquellas páginas de un ex-comunista que huía a París donde Jacques le Bon sintió el drama y la dureza en la vida de las almas desoladas de la esfera soviética.

Tomás el médico, prototipo del vacío y la levedad. Teresa la mesera, marcada por el abandono, la baja autoestima, luchar para sobrevivir y, lo duro de la soledad. Karenin ajena a este mundo, más allá de la Guerra y La Paz, feliz sin expectativas como mascota de la pareja y su microcosmos. La locura de la Guerra Fría. El derroche en la carrera armamentista. El poder sobre el humanismo. El bien y el mal como lucha antagónica desde lo político junto a los permanentes intereses creados. En medio de aquél mundo, en las sórdidas luchas por el dominio terrenal, millones de almas enfrascadas en aquella bipolaridad. Aquél blanco y negro que cercenaba la libertad y, desplazaba el libre albedrío por el ministerio de la verdad. Jacques le Bon repetía increíble, recordaba aquellas páginas con sabor a presente. La promiscuidad de Tomás como aguas y levedad del rio de Heráclito, la búsqueda de seguridad de Teresa. Para Jacques era un nuevo cosmos. Un salir de su mundo conservador (solo como viaje convencido de su mundo, el de la sociedad abierta de Karl Popper el mejor de los posibles) de padre inmigrante con sus durezas amorosas volcado al trabajo y, madre con amor infinito sobreprotectora marcada por la paranoia trujillista. La Insoportable Levedad del Ser era un bálsamo. Un paraíso perdido de libertades sexuales sin el tabú del catolicismo y con el existencialismo como búsqueda personal. Un regalo literario de preguntas y respuestas para un joven lleno de sueños y anhelos. Dispuesto a probar las veleidades de lo mundanal, de los placeres prohibidos naturales, químicos y carnales, aunque tropezase con el eterno retorno de las mismas piedras. Con el vacío nihilista de la nada.

Con la noticia el recuerdo de Praga se le enseñoreaba a Jacques le Bon. Malá Strana, el río Moldava, el puente Carlos con su brisa fría penetrante que acariciaba los huesos. U Madre Kachnicky, como santuario gastronómico lleno de las exquisiteces de los cotos de caza de las afueras de Praga. Ciudad imperial, perfumada por siglos de historia. Preñada en cada piedra, en cada palacio por innumerables historias y vivencias dignas de las mejores páginas de la literatura. Jacques le Bon recordaba que al visitar Praga tres personajes le venían a la memoria con inusitada fuerza: Franz Kafka, Václav Havel y Milan Kundera. Desde el recuerdo, con el aroma de aquél famoso club de Jazz en Praga donde Jacques le Bon presenció a Manu Katché interpretar Rose junto a su banda. Jacques le Bon repetía desde lo imaginario, junto a aquella siempre recordada melodía, réquiem Milan Kundera. Gracias por tú obra maestro checoslovaco.

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