Apenas habían transcurrido los cien días, y ya el gobierno se sentía viejo. Tras el fuerte rechazo a la reforma. Los verdaderos tristes resultados de pan y circo del poder judicial independiente. Los pocos logros a exhibir a los grandes temas nacionales: educación, corrupción e impunidad, energía, tránsito y seguridad. Las autoridades, por demás un gabinete con pocos cambios, provocaban un sabor de más de lo mismo. Con el sinsabor de la siempre característica mala administración de los recursos públicos del emotivo perredeismo.
A pesar de los políticos, progresamos repetía Jacques le Bon para zafarse del pesimismo criollo. En un viraje violento, para discernir pensamientos como operaciones del ánimo. Jacques le Bon recordaba que ayer sábado era 30 de noviembre, día de San Andrés Apóstol. Las fiestas a San Andrés los 30 de noviembre se originaron en la localidad de Encinasola de Huelva España. Jacques le Bon recapitulaba que nos habían llegado estas costumbres de la mano de los conquistadores. San Andrés era uno de los doce Apóstoles de Jesucristo. Por demás era hermano Simón, también llamado Pedro y ambos habían nacido en Betsaida que actualmente es Palestina.
Jacques le Bon saboreaba un café de la Sierra de Bahoruco y rememoraba la historia. Desde sus inicios San Andrés fue un escape para la sociedad. Un desahogo para la muchachada desde los tiempos de la Colonia. Fue parte hasta de nuestra gesta de independencia. Recordaba Jacques le Bon las palabras del historiador Kin Sánchez en su obra " La Guía de Anécdotas, cuentos, crónicas y leyendas de la ciudad Colonial de Santo Domingo": A pesar de que, presuntamente, Núñez de Cáceres se oponía a esa costumbre, conocida en sus primeros años como " Carnavales de Agua", el 30 de noviembre del año 1821, habría permitido a su hijo usar su carruaje para el traslado de los cascarones de huevo."
Continuaba la voz de Kin Sánchez con sus narraciones por todo el hipotálamo de Jacques le Bon: “Los divertidos jóvenes recorrieron toda la ciudad lanzando cascarones y recibiendo cataratas de agua de los balcones. En múltiples ocasiones volvían a la casa de don José para recargar más cajas de cascarones y dirigirse a otros puntos de la ciudad. Los jóvenes circulaban ante la indulgente mirada del ejército español que no sospechó, ni por un momento, que en realidad estaban distribuyendo cajas de armas y municiones ocultas debajo de las cajas de cascarones. Esta estrategia habría permitido a los seguidores de Núñez de Cáceres tomar la Fortaleza de Santo Domingo y proclamar la llamada Independencia Efímera del 1 de diciembre del 1821." Jacques le Bon pensó en las 900,000 municiones "desaparecidas" recientemente e idas a parar a las bandas haitianas. Se les someterá y se les deshonrará públicamente a estos malos policías se preguntaba.
Jacques le Bon recordó que hasta el mismísimo de Lilís Hereaux fue víctima de un harinazo un día de San Andrés. El vanidoso dictador, el mismo que le vocearon -qué nubarrón- damas banilejas desde un balcón, ordenó que se utilizará para la fecha polvos, perfume y agua de Florida en vez de harina y huevos. Por cierto, compró toda la existencia en el comercio de la época y mandó a distribuir entre la muchachada de aquél Santo Domingo. Jacques le Bon proseguía en el tema, y rememoraba la pomposidad del Baile Blanco en la Casa de España en Santo Domingo. El estruendo en todo el día de las maldades de la juventud como válvula de escape, sin Telecable ni equipos electrónicos. El agosto de los colmaderos que vendían cartones de huevo como pan caliente.
De repente Jacques le Bon se paralizó. Un recuerdo oscuro le llegó con fuerza, a propósito de San Andrés. Que jodón fui de muchacho balbuceaba mientras rememoraba. El susto fue grande. Jacques le Bon junto a jóvenes del viejo Gascue habían bombardeado el Colegio Apostolado. Se hacían hasta competencia de puntería quien daba a la cruz o al asta de la bandera. Luego de acribillar el frente del colegio, con el olor putrefacto de huevos explosionados, prosiguieron adelante con su furia. En la Bolívar esquina Rosa Duarte existía uno de los más viejos cuarteles policiales, construido en el 1936.
Como flashes sin pausa Jacques le Bon, cartón de huevo en mano, empezó a tirarle huevos a todo el frente y, a dos pangolas estacionadas de la Policía (cepillos Volkswagen). Los dos policías de turno en la puerta, levantaron sus fusiles y empezaron a vociferar improperios. Jacques le Bon recordó que salió corriendo, raudo y veloz, bajando por la calle Pasteur sin parar. Gracias a Dios no pasaron vehículos por las intersecciones en ese momento. Llegó hasta el Malecón en fracciones de segundo pensaba él.
Jacques le Bon sediento y sin aire de tanto correr. Como una metáfora visual, su lengua lánguida y súper estirada, le llegaba hasta las aguas Del Mar Caribe y chocaba con los rocosos arrecifes. Muchos años después Jacques le Bon recordaba los hechos lleno de espanto y terror. Sus padres nunca supieron que estuvo casi al punto de caer preso un día de San Andrés en aquél pintoresco destacamento del viejo Gascue. Jacques le Bon evocaba desde el recuerdo que, por años evitó caminar por el frente del destacamento. Vivía muy cerca, temiendo ser reconocido por los policías humillados por las ráfagas de huevos.
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