Era lunes 28 Abril del 2025. Una confortante atmósfera de nubes intensas y luz radiante por todo el firmamento producían una mañana preciosa. Serían las 7:27am, cuando Jacques le Bon llegó a sus labores en los almacenes ferreteros en Villacon. Al poco rato, de más o menos sortear la agenda y establecer los primeros pasos, le entró un chat del filósofo y hermano J.R. Lomba. Compartían reflexiones espirituales día por día.¿Quién mejora en realidad? versaba la reflexión enviada por Lomba. Raudo Jacques le Bon llamó por videollamada a su hermano J.R. Lomba. Tras unos tuneups espirituales tocaron temas del día. La confluencia de un arroz con mango de "fuerzas políticas" en el Altar de la Patria ayer domingo era un primor. Un compendio de amasijos e intereses de fuerzas díscolas confluían en el sesenta aniversario de la Revolución de Abril del 1965.
Jacques le Bon pretendía hacer un balance de la llamada gesta patriótica. Todo depende del lugar y las circunstancias en que se vivieron aquellos terribles tiempos sopesaba. Jacques le Bon nació en 1971. Por tanto no vivió los hechos. Pero si había leído e investigado de diferentes fuentes históricas sobre los acontecimientos. Junto a muchos relatos de vivencias de sus padres y abuelos. La historia familiar que, vividamente recordaba como un antes y después de Abril del 1965. Lo primero es que el negocio de su padre, por aquellos tiempos almacén de provisiones, ya se había mudado en las inmediaciones del mercado de Villa Consuelo. Al iniciar la revuelta, la mayoría de las firmas comerciales de la zona intramuros y aledañas, tuvieron que cerrar sus operaciones. Villa Consuelo no. Por lo que su padre hizo buenos negocios en plena revolución, pues se mantuvo más o menos operando. Incluso recuerda perfectamente Jacques le Bon cuando su padre le contó que le llegó a la firma 200 cajas de Bacalao por el puerto de Puerto Plata. Seguro no podía atracar el barco en Santo Domingo. Y el tío de su padre, jefe de la firma por aquellos tiempos, le dio instrucciones de vender todo el Bacalao ahí mismo en Puerto Plata al retirar de Aduanas. Era más seguro pero con muy poco margen. El Papá de Jacques le Bon asumió el riesgo y decidió traer el camión a la ciudad lleno de bríos de juventud. Atravesando obstáculos, retenes militares y rebeldes. Pudo llegar, y vender el Bacalao con escasez en la plaza de Santo Domingo a mucho mejor precio.
Si bien tuvo bonanza la firma dada las coyunturas, todo era complicado y de alto riesgo hasta la vida misma. La mercancía era oro, el verdadero rey más que el efectivo. Recuerda que su padre le contaba que el industrial Santanita Bonetti ( le decía el Papá a Jacques que siempre distinguió la firma comercial que trabajaba ya en sociedad con su tío) le despachó un camión de latas de aceite con las calles a tiro limpio y las vendió ahí mismo al recibir en las puertas sin descargar, al contado y buen precio. Una noche gracias a la oportuna llamada al padre de Jacques le Bon de Doña Sara, quien era persona muy querida además de esposa del apreciado colega y pariente Don Manuel, le aviso que un grupo de comandos querían romper las puertas del negocio para entrar y realizar un saqueo muy común en aquellos tiempos revolucionarios. El padre de Jacques le Bon, raudo y veloz, se apersonó allí con varios empleados y conocidos de la zona y logró parar la violación de la propiedad privada en nombre de la revolución a papeletazos y verborrea. Gracias a Doña Sara y Don Manuel por el gesto, personas muy bien informadas y ya de las más altas esferas del comercio nacional por aquellos tiempos. La bonanza fue un problema también. Pues no había bancos abiertos. Todo era efectivo, menudo riesgo. El papá de Jacques le Bon llegó a tener el dinero en efectivo metido entre sacos escondidos en estivas de mercaderías. Por suerte, la madre de Jacques le Bon, ejecutiva de Colgate Palmolive por aquellas fechas, consiguió que pudiesen cambiar los cheques de nómina de la Colgate para aminorar el efectivo almacenado.
La casa familiar no fue diferente. Una noche de bombardeos y tiroteos al Palacio Nacional. Muy cerca del Palacio estaba la residencia familiar le Bon. En medio de aquella refriega, con adultos y niños metidos en las bañeras una bala cayó cerca de la cuna de una de las hermanas de Jacques le Bon. Siendo el drama la gota que rebozó el vaso, tras tiempo de estar en la zona de los enfrentamientos. Hubo la familia que abandonar su casa. Llevarse lo indispensable en una maleta y dejar todo lo demás como botín de guerra. Tuvieron que huir a casa del tío Pepe y Nora Velázquez de González del Rey. Entrañable amiga de infancia desde el Colegio Santo Domingo de la madre de Jacques le Bon, quien acogió a toda la familia en su casa por meses. La casa de la tía Nora en la Bolívar estaba en la zona protegida por las tropas norteamericanas. Gracias eternas a los queridos tía Nora y tío Pepe vociferaba Jacques. Al poco tiempo la casa azul de la Enrique Henríquez era un comando constitucionalista. Zaqueada y destrozada. Hecha añicos y profanada hasta por toneladas de necesidades básicas esparcidas por la soldadesca a la usanza de la montonera. Y desde las metáforas del espíritu real revolucionario en los mejores capítulos de la Mañosa de Juan Bosch y Gaviño. Por cierto, recordaba Jacques le Bon que había conocido al profesor Bosch y su chófer en la casa de Don Manuel. Bosch y Don Manuel eran grandes amigos y habían trabajado juntos, al igual que el tío del Papá de Jacques en la firma de Don Ramón. Solía ir Jacques de niño con su Papá en visitas algunos domingos a ver a Don Manuel y Doña Sara. Jacques le Bon recordaba vívidamente las conversaciones con el barbudo chofer y guardaespaldas del profesor, parado frente al Peugeot 504 color azul claro de Don Juan, parqueado con la vista de los frondosos pinares de la casa de Don Manuel. Recuerda que el chofer en sus anécdotas le decía había sido Hombre Rana. Jacques aprovechaba la visita junto a su padre, para corretear por el patio repleto de árboles sembrados por Don Manuel el sembrador y conversar con los choferes para aprender.
Si bien el suelo patrio fue mancillado por la bota Yanqui. La decisión de Lyndon B. Johnson de invadir no fue tan descabellada, al juzgar el desarrollo del pensamiento político de los protagonistas años después. La obra de Bosch “Pentagonismo sustituto del Imperialismo” habla por sí sola. El Coronel de Abril finalizó en las escarpadas montañas en una locura de aventura revolucionaria castrista que llevaría al país al caos y el desorden. Si bien muchos de los jóvenes participantes tenían legítimos sueños de libertad y democracia. Detrás de la real causa de la guerra civil estaba unas Fuerzas Armadas divididas por la oscuridad espiritual de la herencia trujillista y la terquedad boschista. Una realidad contrapuesta a los vientos de una revolución cubana que terminó siendo una gran estafa. Una Guerra Fría con su consecuente tablero geopolítico, con razones de Estado y seguridad nacional que trascendían lo doméstico para cohabitar en la realidad del Orden Mundial. Así como Bosch no supo fluir con las Fuerzas Armadas. No comprendió la visión de la realidad posible en una sociedad aún en la arquitectura de 31 años de dictadura trujillista. Su borrón y cuenta nueva requería del pragmatismo post elecciones para con los intereses nacionales e imperiales en nuestra endeble sociedad.
Suerte que llegaron las tropas americanas, pensaba Jacques le Bon 60 años después. Con el sabor a humo de los almacenes de Aduanas quemados pero vaciados previamente por algunos de los “héroes” constitucionalistas, Jacques le Bon recordaba que las tropas yanquis nos salvaron de otra Cuba quizás. Sin dejar de reconocer el idealismo, patriotismo y ansias de libertad real de muchos patriotas participantes en pro de la vuelta a la Constitución. De ambos bandos hubo tigueraje, como en toda la historia de nuestras revoluciones mascullaba Jacques le Bon. Del lado del gobierno de Reconstrucción recordó al tiguere binbin de Belisario y su Policia Nacional CXA. Habia que entender aquél escenario de Guerra Fría 60 años después. Nuestras verdaderas posibilidades en aquella coyuntura post 30 años de la dictadura de Chapita el Cuatrero. Juan Bosch, a pesar de su enorme talento y estatura moral, no supo gobernar como estadista ni captar el momentum nacional. Los grandes héroes, para Jacques le Bon, fueron los creadores de instituciones y riquezas en medio del mar revuelto. Los que se la jugaron para sembrar la apertura y la democracia posible post la finca de Trujillo. Es esa visión, como la de la Asociación para el Desarrollo del Cibao, los que apostaron al desarrollo posible. Constructores, más no destructores. Los verdaderos héroes nacionales, forjadores del progreso y la estabilidad relativa que hoy vivimos. Con nuestros pros y contras propios del clima y la hamaca (pensaba le Bon con esa palabra en Pacheco filmando el funeral del Santo Padre), somos hoy la séptima economía latinoaméricana.