Los cambios bruscos y repentinos de la naturaleza son más frecuentes. El ímpetu con aroma a salvaje en las reacciones de la madre tierra, son una realidad en casi todos los puntos del globo terráqueo. Era sábado y, se había anunciado muchas lluvias. Un fenómeno extraño. Al revés, desde Centroamérica hacia el Caribe. A Jacques le Bon le tocaba su jornada comercial hasta el mediodía. Tras 36 años de trabajar todos los sábados, la pandemia había traídos cambios para quedarse. Ya solo trabajaba dos sábados al mes. Serían la 1:00pm cuando salió de Villacon rumbo al Boga Boga a buscar comida para llevar a casa. Aún eran lluvias intermitentes, con cielo nuboso de profundo gris. Ya tipo 2:00pm estaba en casa con el delivery gastronómico. Entre las opciones Jacques le Bon traía unos Callos a la Madrileña. Los callos solo para él y la nana de sus hijos, ya que ni su esposa ni los muchachos gustaban de aquél suculento caldo. Sentados ya en la mesa, Jacques le Bon daba generosos sorbos a aquel manjar de tiernas vísceras aromatizadas.
Comían y compartían, de repente una lluvia con furia. Una fuerza de magnitud y proporciones golpeaba calles y aceras de toda la ciudad. Sin parar, horas y horas de un aguacero como diluvio divino. La incertidumbre afloró. El recuerdo de hace un año, justo en noviembre, de aquel desastre de lluvias torrenciales. Con el correr de las horas, las noticias. Los sucesos al instante desde medios de comunicación y redes sociales. Las consecuencias en familias y barrios. El desastre del derrumbe del muro en el túnel de la 27 de Febrero. La tragedia. La muerte de seres humanos atrapados. Aplastados por aquella mole, donde pudo ser cualquiera que estuviese atravesando por allí en aquel fatal y trágico instante. Perdidas de vidas, terrible consecuencias económicas y atraso para el país vociferaba Jacques le Bon. Tras la pandemia RD como el mundo, era un escenario permanente de policrisis una tras otra obstinadas como olas de mar. No para repetía Jacques le Bon. Una locura autodestructiva impera y gobierna la humanidad. Los finales mascullaba Jacques le Bon, como ritual de iglesia protestante.
Las consecuencias eran horribles. Las perdidas humanas y económicas eran una tragedia nacional. De luto el país. Atosigados, los sectores más vulnerables inmersos en un valle de lágrimas. Los afectados, en contracorriente en una locura de pandemonio. Víctimas del enorme país político de culpables o redentores. Comisiones para investigar. La locura putrefacta de la corruptela nacional, que no solo coge y abulta sino además hacen mal. 70% del presupuesto para 4%, nóminas abultadas de sobra, pago de deuda e intereses. La planificación real, es una proverbial campaña de medios para maquillajes y excéntricas banalidades de un hueco ejercicio del poder. De los que son y, los que fueron. Accidente o culpa del sistema solo los dioses sabrán susurraba Jacques le Bon. Más que la verdad, en medio de un torneo electoral para elegir el administrador de la vaca nacional, pesan otras cosas con sonido a violín e intereses mediáticos.
Buscando proseguir en los propósitos de vida Jacques le Bon pasaba páginas. Pensaba en el status siquiátrico del mundo actual. La oscura e implacable carnicería de Gaza. Ucrania bombardeada por los rusos. Haití como mancha del fracaso de nuestra civilización. Europa en un limbo a lo Hamlet, ser o no ser. El imperio, entre Biden senectud o un Trump florero de anti-valor. La Argentina, que salta al vacío o la gloria disruptiva. Un Milei con sabor a un Trump de las Pampas, o un posible redentor a lo Perón pero libertario con peluca de estrella del rock. Un especie de mago porteño con varita y todo, que eliminará el Banco Central para dolarizar y eliminar de cuajo los males con los excesos de décadas de populismo con mucho robo. Ojalá pensaba Jacques le Bon, recordando lo imponente y la belleza de Buenos Aires con todo su pueblo y cultura.
Tiempos salvajes. Apesadumbrado, pero con enormes deseos de proseguir. Jacques le Bon recordaba las palabras de Sam Atman, el CEO de la empresa que creó el ChatGPT: Hemos perdido el optimismo en el futuro. Todos deberíamos actuar como si recuperarlo fuera un deber. El único modo es usar la tecnología para crear abundancia. Sin abundancia la democracia fracasará. Sobre la IA, proseguía Jacques le Bon, afirmó Atman: O la esclavizamos o nos esclavizará. Será un nuevo renacimiento o los vestigios de un oscuro final. Cabizbajo Jacques le Bon recordaba que la vida es para vivirla, no para entenderla. Impotente ante el todo, se enfocaba en sus esfuerzos y posibilidades desde su microcosmo. Como un dulce canto recitaba: Dios concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que si puedo y, sabiduría para distinguir la diferencia.