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TIRANOS GLOBALES

Sin cambios aparentes por los tiempos. Jacques le Bon volvía a recrear el álbum The Wall, ahora desde la plataforma digital Spotify. Volver a escuchar álbumes completos era una manía de melómano que le acompañaba por años. La legendaria producción del grupo de rock Pink Floyd poseía propiedades atemporales, de un magnetismo universal para la especie occidental. Tras la pandemia del coronavirus, la disrupción era la constante. La construcción de muros, suplantaban el espíritu colaborativo que se instauró tras el fin de las guerras mundiales. Como la ópera rock conceptual de Pink Floyd, el mundo al igual que el músico metafórico Pink, está en la construcción de nuevos muros psicológicos y geopolíticos. Ladrillo a ladrillo, como resultado de una renovada efervescencia del miedo. Una crisis de identidad como bloques macizos que nos lleva a aislarnos, promover grupos o sectas renovadas. El trauma retoma como categoría de estado. Un sistema global de tiranos. Nuevos dictadores fascistas de izquierdas o derechas. Pero de culto y fanatismo, como caricatura endeble y personificada de la solución final.

Una y otra vez, Jacques le Bon reproducía las notas musicales del álbum The Wall. En su ir y venir rumbo a Villacon, tenía tres días poseído por las letras y las líricas de David Gilmour y Roger Waters. Imbuido del espíritu atemporal de The Wall, recreaba los tambores de guerra también de los tiempos. La ley de la selva reeditada. El oscurantismo feudal, reciclado una y otra vez, por los siglos de los siglos. La noción de aquél progreso humano casi de dioses, previo a la pandemia y ver y sentir todo este desmonte. Hechar para atrás. Volver y volver a la voluntad onírica de caricaturas de dioses terrenales, para definir y decidir el rumbo de todas las almas y sociedades de la humanidad.

Jacques le Bon desde el privilegio o la desgracia de ser de dos siglos. De ser análogo y digital, sentía el abismo. La caída. El río de Heráclito, como eterno retorno. El sube y baja del teatro de la vida. La burla en paradojas del gran titiritero, para con los habitantes de este pequeño planeta de esta determinada galaxia. Impotente. Preñado de la sabiduría de la oración de la serenidad, Jacques le Bon podía delimitar sus posibilidades. Tratar de entender el ritmo mágico de la vida, y los tiempos del trompo tramposo, del Mandarín, del nuevo Zar o el jázaro anticristo.

A pesar del clima regresivo y bizarro de la época para la humanidad. Del inmutable poder tropical gangsteril de la Hamaca del patio, pública y privada, en su eterno mecanismo como símbolos: la Sunland del hombre de Villa Juana, el sanjuanero con su Odebrecht y el cordero libanés con SeNaSa. Son infinitas las posibilidades de persistir en ese camino menos transitado de Robert Frost, mascullaba Jacques le Bon.

Lograba transformar y trastocar la realidad desde la cultura y al arte. Sueños y esperanzas de un nuevo mundo renovado fluían en el lapso de estas 72 horas, un Renacimiento florentino global en el volver y volver a escuchar el álbum: In the Flesh?, The Thin ice, Another Brick in the Wall part1, The Happiest Days of Our Lives, Another Brick in The Wall Pt.2, Mother, Goodbye Blue Sky, Empty Spaces, Young Lust, One of My Turns, Don’t Leave Me Now, Another Brick in The Wall part.3, Goodbye Cruel World, Hey You, Is There Anybody Out There?, Nobody Home, Vera, Bring The Boys Back Home, Confortably Numb, The Show Must Go On, In The Flesh, Run Like Hell, Waiting for the Worms, Stop, The Trial y Outside the Wall se repetían. Volvían, mascullaba Jacques le Bon, como aquél río de Borges una y otra vez.

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