Un olor a naufragio desde el imperio. Los resultados electorales junto al pataleo tropical del flamante y pintoresco inquilino de la Casa Blanca provocaba una risa mañanera en Anselmo Paulino Roncones. Las noticias desde CNN en Atlanta de fraude, votantes muertos, algoritmos y demás diabluras era un flashback de las otrora vilipendiadas repúblicas bananeras por la prensa del primer mundo. Ahora eran realidades de la nación más poderosa del planeta. Las más concurridas y reñidas elecciones de la historia norteamericana que enseñoreaban un mapa de una nación profundamente dividida. Ganó la decencia, la humanidad, el multilateralismo, la libertad, la democracia; perdió la trampa, el populismo, el chantaje, la nueva doctrina Monroe masculló Anselmo.
Era una mañana cuasi londinense: tenue y brumosa. Salió a caminar al encuentro de su asistente Claudia Pedralles para proseguir con los apuntes de sus memorias. Cruzó la avenida Independencia y continúo por la Fabio Fiallo. El recuerdo del poeta, desde aquella metáfora de su poema Gólgota Rosa, donde el Cristo se regodeaba de la exuberancia femenina le confortaba; le animaba al caminar. Tras pasar el palacio de justicia divisó desde la esquina el antiguo local de la perfumería París de Marión-Landais, el olor a fragancias Roger Gallet perfumó toda su conciencia desde el recuerdo. De frente ya el parque Eugenio María de Hostos, otrora Ramfis, hoy feo, sucio y olvidado sin la piscina ni el charming de Guillermo González Sánchez. Cruzó al Malecón y tomó rumbo hacia el fuerte San Gil, lugar de su encuentro. Allí salpicado por el salitre divisó los cielos. Desde el recuerdo el choque del casco del acorazado Memphis pobló toda su memoria de aquella ocupación imperial en 1916. Buenos días Claudia. Tras el saludo protocolar se quitaron las mascarillas e higienizaron sus manos frente al mar. Tomaron asiento en unos bancos naturales. Iniciemos nuestra agenda señorita Pedralles susurró Anselmo Paulino Roncones.
Era el 29 de Septiembre del 1916. El acorazado USS Memphis con sus 38 cañones apuntaba al Malecón. El antiguo USS Tennessee (-vade retro- en los círculos de la marina se dice es fucú cambiar de nombre una embarcación) tenía un mes infundiendo terror desde el mar a la ciudad. La confusión reinaba sobre la invasión. Muchos decían era para tomar las aduanas y cobrar sus empréstitos. Otros que además de eso los americanos delimitaban sus dominios -América para los americanos- sobre todo ante el Kaiser y sus súbditos alemanes en el nuevo tablero geopolítico de la primera guerra. Toda la Hispaniola estaba bajo el dominio imperial. Desde la fortaleza Ozama dominaban las tropas en tierra, el Memphis desde el agua era símbolo del poder y la fuerza del coloso. Una marejada inusual sorprendió a toda la tripulación y su capitán Edward Beach. Fue todo tan rápido y veloz que no hubo tiempo para calentar las calderas y llevar la embarcación mar adentro. Aquél fatídico 29 de Septiembre un fuerte oleaje tomó el control del USS Memphis forzándolo a estrellarse con el fondo rocoso del mar y creando una gran explosión. Se decía era un Huracán. Otros un Tsunami, otros una combinación de fenómenos que arrastró al poderoso navío hasta hacerlo encallar en los arrecifes, frente al Fuerte San Gil humillándolo y degradándolo a lo inservible.
El recuerdo de Emeterio Sánchez brotó. A pesar de la humillación de la bota Yanqui Emeterio, un pescador de la zona, se lanzó al agua y a nado salvó tres o cuatros marines y los llevo a tierra a pulmón. Un héroe de esos anónimos dijo Anselmo. De esos cojonudos, como muchos dominicanos, que andan por ahí sin ruido ni gloria. No todo fue malo de la intervención. Nos trajo orden y progreso Claudia. El sistema de titulación de tierras, ordenamiento del gobierno, las carreteras de comunicación vial, las grandes empresas azucareras, la cohesión del territorio nacional, el chapeo de las montoneras y gavilleros -los políticos de hoy- que arrastrábamos desde la restauración. Inicios de vestigios de civilización brotaron de aquella ominosa intervención. Años, casi hasta el 1950 mi querida Claudia, tuvimos ese cascarón de acero empañando nuestra zona de placeres. Enturbiando nuestro querido Malecón a los capitaleños. Un chiste es que un hijo del capitán Beach se casó con una dominicana de ascendencia haitiana, por cierto nieta de Ulises Hereaux y pariente del Dr. Joaquín Balaguer. Cosas veredes suspiró Anselmo Paulino Roncones.
Al concluir decidieron caminar hacia la ciudad de Ovando. Pensó en los Imperiales y se le hizo agua la boca recordando una barquilla de uva de playa. Subieron donde María la turca para degustar unos jalaos y unos exuberantes e inigualables coco & piña. Al cabo de unos minutos sonaron las campanas de la Iglesia Nuestra Señora de las Mercedes. Anselmo le recordó a Claudia que esas campanas eran del USS Memphis. Tras el desastre del acorazado su Capitán Edward L. Beach las donó para que fueran lucidas y repicaran en el campanario de la más bella iglesia de la ciudad primada de América.