In Poesía

EL SUICIDA

Ciclos de pesadillas atiborraban los sueños de Anselmo Paulino Roncones desde la pandemia. Aferrado a su nave imaginaria, se amarraba a su mástil como Odiseo, ante los incesantes sórdidos cánticos de sirenas. Un cónclave como película soñada de terror, sin el espíritu de Miguel Ángel y su capilla Sixtina con techos descoloridos. Los purpurados príncipes de la iglesia de Occidente como Stormtroopers; de sotana gris y zucchetto negro. Un Borgia posible, pero sin cultura ni posibilidad de estadista. Un Narciso XIII, para desmentir la grandeza humana. No habrá piedra sobre piedra. El cruel cerrador de la noche, para estos sueños de vivir y pretender convivir con los dioses camino a Ítaca.

EL SUICIDA
por Jorge Luis Borges

No quedará en la noche una estrella.
No quedará la noche.
Moriré y conmigo la suma
del intolerable universo.
Borraré las pirámides, las medallas,
los continentes y las caras.
Borraré la acumulación de pasado.
Haré polvo la historia, polvo el polvo.
Estoy mirando el último poniente.
Digo el último pájaro.
Lego la nada a nadie.

Anselmo Paulino Roncones proseguía sus sueños, ahora desde Plaza San Pedro en abrazos aterciopelados junto a Claudia Pedralles. Divisaban los techos de la Sixtina. Una espiritual fumata blanca brotaba de la chimenea, junto a los sabios aleteos de esperanza de una paloma. Habemus Papam. León XIV salía al balcón con aroma a espíritu santo, y cánticos celestiales en español. Rerum novarum II, como necesaria doctrina social de los tiempos, se esparcía por todo el espectro. La renovación de la libertad humana congeniaba con las estatuas de los santos de Gian Lorenzo Bernini.

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