No se puede ser artista sin haber vivido una gran desgracia. El hambre con dinero fruto del desabastecimiento aturdía. Robaba la magia espiritual para languidecer en un triste escenario, una pulsíon animal ácida y vegetativa. Rómulo Rodríguez Urdaneta perdía el rumbo. Sus pinceles destruidos por el uso y abuso, su paleta de colores cromáticos vacía tronchaba su alma y el doloroso fluir de sus ánimos. Caracas era hoy una ebullición. Un torbellino de una posible esperanza con las nuevas circunstancias geopolíticas con el delfín de López; el posible Guaidó del cambio.
Sin café, sin harina de maíz ni azúcar. Rómulo miraba el horizonte aturdido. Con el maldito sabor cubano Castrista a médicos, profesores y guaracha. Su amada Venezuela perdida en el espacio y en un franco retroceso de tres generaciones. Con un miserable contrato social en una pugna de clases profunda y visceral. Un mundo salvaje e instintivo. Una selva donde el sálvese quien pueda impera. No podía pintar sin colores, pinceles y lienzos. No podía volar ni evadir con las partituras y la batuta de Dudamel con su radio estropeado. Pasaba horas observando su lienzo del libertador sin acabar. Tardes y mañanas conversaba con Bolívar desde su caballete con dolor, ironía, impotencia, una amarga y larga agonía. Murmuraba con el inmenso Bolívar: Más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía. Mierda repetía.
Sin libertad, sin su mundo artístico. Derrotado en la amargura del triunfo de los perversos y la maldad. Viejo y enfermo, sin pastillas de la presión palpitaba en una bomba de tiempo. Con pocas fuerzas soñaba con los vientos favorables de esta coyuntura para su pueblo en la comunidad internacional. Sin real lealtad humana, con sabor a imperio y poder regional en puro pulso de potencias. Añoraba desterrar esta pesadilla inmadura y de mal gusto. Este catirismo en el poder con olor a populismo, droga, corrupción, mentira y ruina total. En la agonía de la espera, en la bruma ensordecedora de las cacerolas y el pueblo rumiando en las calles recordó el Caracazo. Aquellas palabras del humanista y artífice de la marcha de los pendejos, don Arturo Uslar Pietri aquel 5 de marzo del 1989: Ha sonado la hora de Venezuela, la hora de los venezolanos válidos. Por encima del dolor y la vergüenza por lo que ha sucedido, hoy más que nunca tenemos la oportunidad y hasta el desafío de rehacer un país capaz de alcanzar las metas que le ofrecen sus grandes posibilidades. No será fácil, como nunca ha sido fácil ninguna empresa grande. Rómulo respiraba agonía. El cautiverio no era humano, hasta morir era necesidad por la libertad.