In Reflexión

CRECIMIENTO

En el camino espiritual no existe la pausa. O se crece o se retrocede. Siempre habrá el alumno espiritual de estar dispuesto, atento a las nuevas enseñanzas. Receptivo a las señales conspirativas de la vida para practicar -cual eterno retorno- lo pendiente. Esas materias que persistimos en nuestro error y necesitamos trascender el estadio, aprender la lección y proseguir nuestro camino de crecimiento espiritual.

La receptividad suplanta la terquedad. Solo de la humildad, de la derrota con sabor a polvos y futuro de estrellas el alumno logra iniciar el camino, sentarse en su pupitre de enseñanza. Un propósito de vida sin la dimensión espiritual está trunco. Desprovisto del valor esencial de la razón de la vida. Ese primer paso de cambio de matriz. Esa necesidad imperiosa de revaluar las reales prioridades nos permiten ubicarnos en el universo. Iniciar los pasos con lo primero que es primero.

Que somos y para qué nos cuestionamos. La vida y la muerte. La salud y la enfermedad. Para encontrarse muchos han de perderse. Para identificar la luz y apreciarla en gratitud ha de reconocerse la oscuridad, vivirla en su sabor terrenal lleno de lágrimas, sudor y sangre. Más que el anhelado superhombre de Nietzsche, sin juicios a lo mágico religioso ni matar los dioses, el alumno habrá de proseguir los caminos bebiendo con sed de todos los manantiales posibles o que la vida les coloca en conspiración para la enseñanza. Tomando y dejando de todas las manifestaciones con el lenguaje del corazón como sensor, los ritmos íntimos de los sarcófagos del alma como receptores de la verdad intima del alumno.

Crecer puede doler. Requiere constancia, esfuerzos y dedicación permanente. Crecimiento es acción con una actitud de mejora constante. Crecimiento es apertura para volver empezar si es necesario, humildad para reflexionar puntos de vista, meditar desde el jardín y rectificar. Crecimiento es ver, recibir los maestros en todo, todas las cosas y todas partes. Cada relación empezando con uno mismo, cada oficio, cada esfuerzo y pasión es un oasis para cultivar el crecimiento, la búsqueda incesante de ser un mejor producto. Crecimiento es evolucionar en la mayor de las empresas humanas: ser mejores personas. El crecimiento al ser es proporcional a los vestigios de civilización en la colectividad de la especie.

El inventario diario, la sospecha de los primeros pensamientos, la evaluación de las reales motivaciones, hacer conciencia de mis carencias humanas y el ego que todo lo corroe, no duerme, acecha como el Mr. Hide de Stevenson para dominar. El crecimiento espiritual es esa lucha conmigo mismo. Ese balance entre el bien y el mal que caracteriza mi condición humana. Crecimiento es la humildad de aceptar mis batallas, mis miserias y pedir ayuda. El que pide se le concede, el que se pierde se encuentra. Peregrinar en el propósito supremo de ser mejor para este presente o posteriores vidas si las hubiere. Crecimiento es la información estremecedora del alma cuando segrega paz, serenidad en armonía.

Aceptación, buena voluntad, honestidad, tolerancia, receptividad, justicia, prudencia, esperanza, fe, coraje, integridad, disciplina y templanza son pues los principios. Son los escudos que desde la humildad proporcionan la sabiduría, la hermosa posibilidad del arte de vivir. Crecimiento en cada aliento, en cada necesidad. Somos alumnos y a veces maestros. Somos nada y también todo. Desde que nuestros antepasados se distanciaron de los animales y superamos la noria de la supervivencia tenemos la certeza de los sueños, el goce, la fantasía. El designio revolucionario de cambiar, mejorar y crecer.

El porqué y para qué del crecimiento pudiesen ser cuestionamientos de un rebelde, un anarquista rebosante de hedonismo y grandeza terrenal – con los que pudiese identificarme- ante los enormes esfuerzos, arduas tareas y grandes sacrificios. Las respuestas del crecimiento pudiesen estar más allá de las posibilidades del lenguaje. La razón de las razones del crecimiento se sienten, se perciben desde el amoroso código de comunicación de las promesas de satisfacción y bien ser. Desde el vacío incapaces de ver, pero perceptible el crecimiento desde el entremés terrenal lleno de oblación. Al despertar se perciben las señales en todo y todas las cosas; trazan el rumbo a la casa del padre.

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