Potentes ráfagas de luz solar laceraban la estatua del Almirante de la mar Oceánica. Resplandecía toda la plaza junto a la imponente Catedral Primada. Jacques le Bon desayunaba en el Palacio de la Esquizofrenia. Era Marzo y ya el calor se sentía en la urbe caribeña. Aún lejanos los tambores de guerra, martillaban los ánimos hasta aquí en la frontera imperial.
Desde aquella generosa vista fluía un diálogo con si mismo de los tiempos. En compañía de un cortado, un morirsoñando y un crocante derretido de queso amarillo en pan de agua. Saboreaba junto a la prensa con la vista en amena comunión con la estampa colonial. Una manada de palomas picoteando en los adoquines de la plaza colocados por Ovando, contrastaban con la atmósfera enrarecida por la conflagración mundial.
Si bien Ucrania queda lejos, Jacques le Bon desde su alma junto a la mesa palpitaba con el acontecer y el horror de las dantescas imágenes de los bombardeos en la prensa. Respiraba con las terribles consecuencias para la humanidad de estos bélicos eventos. Ya de la mano de la globalización los precios de casi todo se movían hacía adelante con una agilidad e inmediatez espantosa. Estanflación a la vuelta de la esquina vociferaba Jacques al leer las palabras de Larry Summers ex-secretario del tesoro norteamericano en la prensa. Ahora la inflación -que inicialmente fue fruto de los estímulos de liquidez de todos los bancos centrales por la pandemia donde solo los Estados Unidos lanzaron un paquete de 1.9 billones de Dólares que provocaron consumo voraz desde el encierro- fruto de la guerra se movía exponencial escalando Petróleo, gas natural y prácticamente todos los commodities. Un posible escenario de inflación con recesión se enseñorea mascullaba Jacques.
Borgellá apacible le recordó a Jacques le Bon al maldito invasor Boyer. Como flashes azucarados, para contrarrestar la imagen del palacio, pensó en el documento de la proclamación de la independencia redactado por el jurista Francisco del Rosario Sánchez. Jacques quería seguir sentado allí toda la mañana. Quería olvidar la enraizada barbarie en estas eternas aspiraciones de civilización. Deseaba desterrar de toda su memoria los eternos retornos de la humanidad a la confrontación, la destrucción y la oscura caída en la apetecible posibilidad de la cohabitación plena desde la paz. Es imposible repetía. No la merecemos sentenciaba junto a Hamlet.
El plato vacío con solo pequeñas migas de pan le produjeron un sentimiento de soledad a Jacques le Bon. Qué sentido tiene todo esto. Tanto poder, 70 años de progreso post Bretton Woods y tantas creaciones de dioses para sucumbir al caos y la nada. Junto al gris aroma de la prensa enmudecía al ver el rostro de una niña ucraniana abrazando a su muñeca y llorar al ver los destrozos de un edificio polvoriento y destilando una negra humarada. La noticia del acercamiento de Biden con Maduro era un primor; un olor a Petróleo con sabor al Complejo Militar Industrial se le enseñoreaba. Ahh los señores de la guerra repetía Jacques le Bon.
El libre albedrío fue un error de los dioses; o de los inventores del engaño universal de esta ilusión. Con el sabor de otro café Jacques le Bon vociferó el mundo está hecho mierda y recordaba a Mafalda. Tanto 5G, nanotecnología y cuarta revolución industrial pero, aún no logramos entendernos. Incapaces de repartir el pastel, de convivir desde la hermosa fraternidad del espíritu. Ucrania será un Irak hecha trizas y balcanizada.
Harto de tanta triste realidad y pequeñez humana cerró las puertas al mundo y se adentró en su imaginario e inaccesible universo. Sintiendo los hilos del supremo titiritero atesoró su anonimato desde su fluir en esta pequeña isla. Sacó su celular y conectó a Youtube. Apacible desde el esplendor un tren chirriaba su bocina por todo el auricular. El tableteo de los rieles martillaban todos los sentidos con el paso del tren. Sonaba por todo el hipotálamo de Jacques le Bon la hermosa pieza musical Last train Home de Pat Metheny Group. La evasión como método terapéutico fluía como abrazos generosos. La guitarra de Pat Metheny deleitaba todo el torrente sanguíneo. Cantaba sus melodías en cada fibra y nervio de Jacques le Bon.