Humildemente le pedimos a Dios nos liberase de nuestro defectos. Nada humano. Ninguna acción de su ser tenia tal capacidad liberadora. Hubo de esperar siete vidas. Caminar un largo trayecto espiritual de siete pasos para conocer la realidad. Como un método del Darwinismo solo los más aptos al cambio. Solo los que despiertan desde el oscuro dormitar en las tinieblas pueden sentir la luz.
Caerse para levantarse. Las parábolas como las metáforas divinas contradecían aquél sentido común repleto de esplendor y ruido de la calle. Para vivir bien desde el bien ser era necesario discernir la furia de los deseos, la locura del control, el desacato de juicios con prejuicios y lo vano de la gloria pasajera. Entumecido con corazas de miedos y manantiales de vanagloria consumaban la posibilidad. Como lograr el gran salto si había que negarse y olvidarse a las manos divinas con sus propósitos y designios. Que sentido tenia el libre albedrío. Como teatro de marionetas el creador se ufanaba con ruidosa diversión de los quebrantos y caídas de la especie. Que sentido tiene el a imagen y semejanza. Sueños de pompas de dominio y sed para morir en la orilla. Humildemente le vocifera la voz a un Jacques le Bon cuestionándose.
Como cadenas atávicas los defectos de carácter mutaban de generación en generación. Cortar la cadena pensaba Jacques le Bon. Muchos de sus defectos de carácter tenían una especie de don heredado. Otros en maridaje con su temperamento era una armadura ruidosa y útil para lidiar con sus miedos y vacíos. Identificarlos y hacer un inventario de ellos por escrito no era suficiente. El dolor y la insatisfacción de ser autómata, proseguir el mar proceloso de una vida desde el caldo adictivo del error no tenia fin en si mismo. Despertar tras siete vidas le era un antes y después a Jacques le Bon.
Entregar a él. Esa cosa tan universalmente manoseada. Ese comodín en tantas civilizaciones como método de dominio y control inobservable. Ese fin en si mismo que tantos vivos de la humanidad han pretendido monopolizar su comunicación y participar sus designios por los siglos de los siglos. A ese que hoy al cerrar sus ojos Jacques le Bon desde el silencio y un eterno sabor a paz llama Arquitecto Supremo del Universo. Dualidad de dualidades repetía Jacques le Bon. Soy luz y oscuridad. La guerra y la paz.
En el yunque del dolor. Cansado de años de faena se contemplaba aún repitiendo errores. Espaciada la frecuencia sucedía desde el engañoso confort, en la autopista de la obsesiva-compulsiva perfección y la necesaria enseñanza imperecedera como alumno espiritual. Ensayo error. La perfección me es vedada parafraseaba Jacques le Bon con un fuerte aroma a mármoles celestiales. Progreso como gotas de rocío brillaban en el firmamento tropical. Inconforme en la conformidad se confundía con el éxito. En un momento de lucidez no entendía. Solo sé que no sé nada repetía Jacques le Bon junto al Sócrates invento de Platón.
Despierto. Dispuesto guisaba su sentir junto al presente. Jacques le Bon derramaba caricias al momento como pajarillos sin pasado ni futuro. Acaramelado desde la nada se comunicaba con los dioses desde el silencio. No podía explicarlo. Solo sentía la entrega de su humano equipaje ilusorio. Manso. Humildemente en ese instante daba el gran salto.