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ABRIL EN PARÍS

El amor profundo de la paternidad. La motivación del viaje como terapia de un proceso de recuperación le movía con ímpetu. Los viajes como caricias aterciopeladas para poblar la memoria de recuerdos, como bálsamo de un presente de retos para perfumar un futuro por venir. La cura de la novedad, el contubernio con la belleza para revitalizar el alma desde la ciudad luz. Gar du Nord con sus arcos e innumerables rieles para ferrocarriles era la entrada de Jacques le Bon a París. Veloz descendió junto al tiritar de las ruedas de su maleta hacia el andén. El sueño de un fuerte aroma a croissants y, baguettes preñadas de jambon con fromage le secuestraron todo el recorrido. Abril en París. Su primavera reflejada en toda la ciudad, la melancolía como versos en cada runrunar del Sena. La torre Eiffel como cúspide de capital gastronómica y dueña universal del glamour.

Me he hecho siempre cierta idea de Francia, parafraseaba Jacques le Bon recordando las primeras palabras de Charles de Gaulle en sus memorias. Junto al fuerte aroma a historia de las empedradas calles parisinas Jacques le Bon tenía una idea fija en la gastronomía. Lenguados a la Meniére, suculentas sopas de cebolla gratinadas con emmental y escargots de Bourgogne le eran imágenes y secreciones vívidas en su paladar de forma obsesiva y compulsiva. Diferentes degustaciones desde Café de la Paix a Le Brasserie era un mandato. Cremas, mantequillas, tartines, voulevant formaban un universo mágico en todas las entrañas gustativas de Jacques le Bon. Un bar de ostras lleno de Cancale, Paimpol, Tréguier, Morlaix-Penza, les Abers, Aven Belon y toda la otra variedad de ostras bretonas humedecían todos sus sentidos como necesidad imperiosa.

En una tórrida experiencia Jacques le Bon daba sorbos a carnosas ostras en maridaje con salsa Mignonette y limón. Flagelado en cada bocado por una multiplicidad de coitos gastronómicos, Jacques le Bon hacía burbujas de silencio junto al sabor. De repente recordó que Anthony Bourdain en su bestsellers Confesiones de un Chef declaró haber descubierto la gastronomía cuando probó una ostra por primera vez en la Teste de Buch. Bourdain habría sido una especie de estrella de rock de la gastronomía. Un viajero incansable que popularizó las más simples y ricas propuestas culinarias de ciudades con sus culturas desde Hanoi a Port au Prince.

Anthony Bourdain poseía magnetismo para los amantes de la buena mesa. Tenía el status de ser una vía láctea de la gastronomía. Bourdain de ascendencia francesa, sus abuelos eran de Argagnon llegados a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, pasó muchos veranos de su infancia en Europa. Educado en el Instituto culinario de América, hizo gala de sus dotes como chef en cocina francesa en el altar culinario Brasserie Les Halles de New York. Con cada nueva ostra Jacques le Bon seguía recordando los pasos del chef Bourdain por estas latitudes. Se retiró de los fogones por completo a la televisión. Anthony Bourdain además de chef fue un gran narrador. Poseía talento para el arte y penetrar en los vericuetos del alma de la gente. Tenía magnetismo. En su libro En Crudo: la cara oculta de la gastronomía, develó un mundo cruel y las terribles reglas con toda la competitividad en el universo de las chimeneas y cocinas. Rebelde, buscador impenitente de las razones y los placeres de existir. Inconforme reía soledad y buscaba pertenencia. Entre sabores hurgó en los más recónditos lugares desde el Congo a Vietnam para compartir sus experiencias. Con el poder de la imagen sentado en un taburete plástico comía unos fideos baratos, pero deliciosos. Desde aquellos reportajes en CNN como dijó Barack Obama: Bourdain poseía el poder de unirnos a todos, de empujarnos a no tener miedo a lo desconocido.

Abril en París. Con un dejo de melancolía francesa frente a un plato de conchas de ostras vacías. Jacques le Bon continuaba recordando a Anthony Bourdain desde la ciudad de Alain Ducasse. Sus luchas tan humanas. Sus vacíos preñados de una soledad tenebrosa que le acompañaron toda la vida. El genio único del narrador talentoso para deleitar desde la imagen sus propuestas de sabores a todos sus espectadores. Explorador y buscador incansable. Limpio, sobrio y sereno, para después volver a caer. Artista de sarténes y salto al vacío. Buscador impenitente del amor desde su arrollador egocentrismo. Cabizbajo, Jacques le Bon recordaba el triste final del chef en aquella habitación. Volver desde donde vino se preguntaba Jacques le Bon desde una metafísica culinaria, mientras degustaba un crème Brûlée. Harto con serenidad pensaba en un Marlboro como placer y la cherrie del final. Ah las adicciones pensaba Jacques le Bon con ya 16 años sin fumar, que desconcertantes son. Como un vals de alegría, la imagen de Anthony Bourdain con todo su charming degustando un chimi dominicano en las calles de Santo Domingo fue la estampa final de sus recuerdos.

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