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BOCA CHICA EN EL RECUERDO

El silencio de las mañanas de domingo me agradaba. Desayunar con relativa calma, poder disfrutar un crujiente pan de agua caliente junto a un par de huevos fritos con yema blanda, jamón y un morir soñando con hielo frappé era un lujo. Muchas veces después de desayunar decidía dar un paseo por el vecindario desde mi irrompible triciclo Fisher-Price. Siempre recuerdo desde la acera enfrente las sublimes melodías musicales esparcidas de Beethoven. Desde un aparato de alta fidelidad para la época, domingo por domingo, religiosamente de 9 a 11 el melómano esposo de doña Palmira cuyo nombre no recuerdo, disfrutaba su sesión de música culta. Él, seco de forma y de poco hablar, una especie de taciturno al acontecer de estos trópicos. Se le conocía en el barrio como el hombre de la música clásica.

Luego de escuchar la armónica del amolador al pasar -siempre que escucho a Bob Dylan recuerdo el amolador- muchos domingos eran playeros. Toda la familia abordaba la inolvidable Peugeot rumbo a Andrés Boca Chica. Bajamos Las Carreras hasta el final. Justo a los pies de la puerta de la Gran Logia de la República Dominicana para doblar por la escuela Uruguay y tomar el Malecón. Cuanta curiosidad sentía al ver aquellos letreros de compás y universo de la masonería. Muchos años después entendería mi curiosidad. Otras veces por la Padre Billini para hacer una parada técnica en Domingo súper cerveza. El viejo se tiraba una fría y compraba quipes para todos, bastante buenos para los tiempos.

La autopista las Américas siempre me ha fascinado. Su hermoso litoral, su encanto zigzagueante con su poderoso aroma y sabor a salitre con poder de transformar y transportar cualquier alma. Cuando era Juan Dolio, Papá tenia varios amigos con casa allí, nunca olvido la camaronera que me llamaba tanto la atención. Siempre que pienso en Stanley Kubrick recuerdo aquella camaronera.

La mayoría de las veces el destino final era el Club Náutico en Andrés Boca Chica. Cuantos recuerdos agradables y gratificantes. La pesca con carrete desde los muelles, las incursiones a la Isla los Pinitos cual Robinson Crusoe desde los famosos pedalones. La piscina, como pez en el agua, jugando al topao, disfrutando los chocolates y helados desde la pequeña cafetería. La tortilla española que llevaba tío Pepe y tía Nora inolvidables. Los chicharrones de pollo y dorado, las longanizas fritas con tostones, los burgers y sándwich del Club. Aquél dulce de leche cortado con la vista de los Marlins disecados en el restaurant. Jugar en la arena, abordar las lanchas vacías en los muelles como piratas jugando a las escondidas y hacer clavados junto a las fascinantes historias de tiburones. Cuanto nos marcó la película Tiburón de Steven Spielberg a mi generación. Al caer la tarde, explotados del sol y el juego, aquella entrada triunfal a la ciudad por la avenida España hermosa con dejo señorial.

Boca Chica en el recuerdo, desde aquellas incursiones a la Matíca y sus exuberantes manglares. En el sabor a Yaniqueque y pescado frito. Peña Gómez mutiló Boca Chica en su sindicatura con aquellos baños públicos y fervor populista. Boca Chica era hermosa desde el sabor de mi infancia con aroma a caña y la vista de la chimenea del ingenio. Me dicen que en la soledad por la pandemia sus aguas retomaron su esplendor y belleza. Según la reputada ONG Reef Ckeck Dominicana con la ausencia de bañistas en la playa la limpieza devolvió el brillo y la gloria pasada de Boca Chica como laguna natural sin igual en todas las Antillas. Boca Chica en el recuerdo, desde el amor de tantas historias. La luz de sus cielos, el sabor de su arena y el fervor eterno del mar Caribe, frontera imperial.

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