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CARTAGENA DE INDIAS

Sobrepuestos del alicaído aeropuerto AILA, se acomodaron en sus confortables asientos. En busca de una purificación insular partieron. Renovado su romance, migrar a otras tierras era necesidad. Detalle necesario para solidificar los votos con momentos inolvidables. Humedecidos por la pasión, como un torrente de noviazgo reiniciado Anselmo Paulino Roncones y Claudia Pedralles se juraban amor de besos con frotadas ternuras. Dueños del momento, palidecían de gozo junto al zumbido de la nave. El Caribe continental, Cartagena de Indias con todo su exuberancia y riqueza colonial les esperaba quieta, dispuesta como un amor en tiempos del cólera para acogerles en su regazo de puerto imperial.

Ya en Cartagena de Indias tomaron el taxi rumbo al hotel. El clima tan conocido, les concedía un sentimiento de estar en casa. Acariciándose las manos Anselmo Paulino Roncones junto a Claudia Pedralles daban sorbos alegres al paisaje. La vista del atardecer sobre la ciudad evocaba, las callejuelas en la ciudad amurallada provocaban complicidades extremas en los juegos del amor. Al rato ávidos de consumar llegaron al Hotel Sofitel Santa Clara. Era un espléndido edificio del centro histórico de Cartagena que fue convento de las Clarisas, fundado en 1212 por Clara Portinari. Esta edificación fue también penitenciaría hospital, sede de medicina legal de la Universidad de Cartagena, fue sede también de la Escuela de Bellas Artes, y más recientemente este maravilloso hotel cinco estrellas. Con una hermosa estructura colonial caracterizada por sus muros altos y cerrados, con una forma cuadrada que hace que todos los sitios como corredores, el piso principal y la planta baja se conecten con el patio central.

Parados en la recepción Anselmo Paulino Roncones firmaba los papeles del check-in. El personal amable, con detalles de profesionalidad les brindaba limonadas con verdes y frescas hojas de menta para la espera. Claudia Pedralles desde la ternura, susurraba caricias de amor perfumadas de limón a los oídos de Anselmo. En un silencio sepulcral, cerraban los ojos como dos soledades que se amaban franqueados por aquellos gigantescos muros coloniales. Anselmo había reservado la codiciada suite Botero del hotel. Su empeño en hacer memorable el fin de semana no tenía límites. Ya en la habitación. Solos y hambrientos de mojarse se desnudaron. Las varias gordas esculturas de Botero eran un estímulo. Una indomable seducción de belleza. Con bríos derrochaban todos sus manantiales junto a un denso sudor. Exhaustos, durmieron hasta el amanecer sin cenar atiborrados de amor.

Al día siguiente se despertaron como cómplices eternos y con extrema alegría. la vista de la habitación era un coito visual. Livianos y con mucha hambre se prepararon para bajar a desayunar. El restaurant El Claustro del hotel, antiguo comedor de las monjas Clarisas, les aguardaba. Sonrientes ya en la mesa saboreaban el menú. Pidieron Arepas de Huevo y Sancocho de leche de Coco Cartaginés. Las Arepas crujientes, repletas de un relleno de picadillo sabroso que, junto al dorado de la harina de maíz y la exquisita salsa roja picante era un torbellino de sabor al paladar. El Sancocho blanco, aromatizado con el poder del Coco poseía los dotes de un lujo. Un boccato di cardinale para aquellas almas flageladas por la aguerrida faena de una tórrida noche de amor.

Dispuestos, con ansias de hacer turismo se pararon de sus sillas con rumbo fijo hacia la salida. Tras saludar al Concierge, las hermosas callejuelas por toda la ciudad amurallada les dieron la bienvenida. La torre del Reloj, la preciosa Catedral de Cartagena. las pintorescas casas de colores en el barrio Getsemaní. La impresionante fortificación del Castillo San Felipe. El puerto, junto al recuerdo de tantos galeones hundidos en tiempos coloniales. El grajo sudoroso impregnado en la vista de cabrones ingleses como Francis Drake. El salitre apacible del mar Caribe en cada gesto, en cada paso por aquella ciudad histórica patrimonio de la humanidad eran un deleite para Anselmo Paulino Roncones y Claudia Pedralles.

Extenuados tras cinco horas de caminata y turismo hicieron una pausa. Tomados de la mano se besaron con sed. Serían la una de la tarde. Anselmo había hecho una reserva en el Restaurant la Vitrola para la 1:30pm. Se encontraban relativamente cerca. Al llegar se anunciaron y aguardaron por su mesa. Ya sentados observaban el hermoso comedor con una estampa cubana. Esos mundos de fusiones caribeños donde todos nos parecemos les producía déjá vu. Con una excelente agrupación en vivo, vieron el menú y pidieron. Alegres, al ritmo de Chan Chan de una especie de Buena Vista Social Club de Cartagena de Indias, ordenaron: Zarzuela de Mariscos, Ceviche de Corvina, Brangus del Chef y Carpaccio de Pulpo. Uno por uno fueron llegando los platos. Libres y en profundo gozo. Al son de marimbas, trompetas y un sublime saxo disfrutaban. Se juraban amor eterno desde aquél mundo de cariños con ocio. Un flan de Coco de la casa fue punto final para unas memorables 24 horas.

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