Casi siempre iba los fines de semana con su padre. Aquellos silencios recíprocos, desde los cristales de la inolvidable Peugeot por toda la avenida, rumbo a Casa de España le eran inolvidables. Como la compañía, por lo general, de la voz desde la radio del locutor de Radio Mil Informando que sintonizaba su padre rumbo al Club. Esta vez era un jueves. Por algún motivo que no recordaba, Jacques le Bon había quedado de juntarse allá en la casona de la avenida 30 de Mayo con un grupo de amigos. Al igual que él, hijos de inmigrantes, que habían hecho de la Casa una extensión del hogar con la identificación poderosa del acervo cultural. Aquél Santo Domingo tan particular y, en cierto modo poco pretencioso aún era un pueblo grande.
Como a las 10:00am de aquél Jueves, Jacques le Bon estaba parado en la avenida Bolívar esquina Uruguay. Pasó un Austin, cuenten los Austin, Jacques le vociferó al chofer: -Marión-. Se montó, como con cuatro personas más detrás, Jacques le Bon tendría 11 o 12 años. Para él, inolvidable aquellos detalles de aquél popular vehículo en esos tiempos. Venían de los tiempos del Triunvirato y, aún funcionaban. La palanca de los cambios arriba, al lado del guía. El tablero con una plancha dorada con aroma a los Windsor. Los manubrios indestructibles, junto al acolchado de los asientos anchos y profundos. Al poco tiempo, a diferencia del caótico Santo Domingo de hoy, se apeaba Jacques le Bon por las cercanías del hospital para tomar otro concho rumbo al 7-1/2 de la avenida Independencia.
Ya en el Club, uno a uno de sus enllaves fue llegando. Los bríos juveniles y, la ausencia total de estímulos de equipos electrónicos, hacían de la imaginación el motor para la búsqueda del juego con el placer de compartir. Todos eran seguidores de la Lucha Libre. El negocio de Jack Veneno que, era una especie de Olimpo del entretenimiento. Sucedía que desde hace un tiempo, en una especie de espionaje juvenil, todos tenían la información de que el campeón de la Bolita del Mundo, vivía en un residencial en las cercanías de Casa de España. De repente Jacques le Bon junto a sus amigos, hicieron un plan para la visita. Empezaron a construir estrategias para la exploración, vedada para ellos pues al ser menores, no podían salir del Club. La imagen del fiero gobernador, Celestino Cano y Ocejo, era un terror. Este hombre celoso de las leyes y normas era implacable.
Pero el arrojo fue mayor que el temor. Todo estaba decidido. Jacques le Bon y sus amigos tenían ya un plan. Esperaron el mediodía, momento en que el guachimán de los predios que daban a la Independencia iba a buscar su almuerzo a las cocinas del Club. Eran tiempos que la verja era más baja. Con la ayuda de unos blocks, uno a uno voló la verja. Ya en la avenida, con el clima de un barrio desconocido por todos ellos, herrumbraron hacia el residencial del héroe de la lucha nacional. Ansiosos, con el high de lo prohibido, caminaban todos junto a sus bermudas de tergal a rayas y, el sabor anhelado de pisar la casa de Jack.
Al llegar a la casa, todos con la boca abierta se deleitaban con el famoso Honda Prelude con sun roof del luchador. Sin miedo y atrevido, Jacques le Bon tocó a la puerta. Salió doña Tatica la madre de Jack. les dio la bienvenida para de inmediato decirles que llamaría a su vástago. Al poco tiempo salió Jack Veneno. Con uno de sus acostumbrados jacket y, su barba con la frente brillosa marcada por múltiples heridas. Les brindó a todos Forty Malt y, ofreció Salami de mallita. Generoso, con aquél inconfundible tono de voz, le dijo a Jacques le Bon: ¿ quieres montarte en mi carro deportivo?. Como si fuese una experiencia en Disney, Jacques le Bon soñaba. Tocaba el guía, y miraba los cielos con carcajadas de risa desde el vidrio en la capota del vehículo. Una atmósfera de realización con sabor a Olimpo brotaba de los recuerdos de Jacques le Bon.