"Lo he dicho y repito: el dinero invertido en educación se ha ido al zafacón; la preocupación no ha sido que los niños aprendan." Una y otra vez martillaban estas declaraciones del ministro en la cabeza de Jacques Larsen. Apesadumbrado recordaba el eterno retorno del festín voraz. El asalto a mano armada del botín nacional de los trujillines de turno. Todo cambia para seguir igual susurraba Jacques Larsen.
Ya a eso de las diez de la mañana, en plena faena comercial, Jacques Larsen había disipado aquellas contundentes declaraciones del ministro que retrataban de forma imperecedera la realidad nacional. Asqueado de política. Absorto en las lides de su oficio disfrutaba tirando números con los nuevos precios de los fletes para futuros embarques desde la China. Serían las 10:44am cuando cerró los ojos y soñaba. En la penumbra de su conciencia sonó el Chat. Lidia Campoamor González le recordaba la invitación a la ciudad Santa María. Una vez allí se juntaría con Juan Carlos Onetti en su piso para una charla sobre literatura y el arte de vivir.
Caminando en la avenida de Américas divisó el edificio. Al llegar al lobby se identificó: Soy Jacques Larsen tengo una cita con Don Juan Carlos Onetti. El conserje le esperaba e inmediatamente le invitó a tomar el ascensor. En medio del sueño Jacques Larsen se apeaba del ascensor y tocaba el timbre. Unas delicadas cayenas perfumaban todo el recibidor en casa del laureado escritor. Tras las buenas tardes la criada le señaló la puerta de la habitación y le espetó: Don Juan Carlos le espera. Onetti ya no salia de su habitación, ese espacio era todo su universo. Prácticamente todo el tiempo estaba acostado leyendo o escribiendo y tomando whisky escocés. Sentado Jacques Larsen, en un confortable sillón Chester a la diestra del premio Cervantes, este le ofreció un trago. Gracias no bebo alcohol le contestó Jacques Larsen. Qué extraño dijo Onetti con una mueca de tristeza. Pero le acepto un café le dijo Jacques Larsen. Al cabo de unos 15 minutos de profundo silencio llegó la criada con el café. Con azúcar o sin azúcar pregunto Teodora, una simpática curazoleña de glúteos protuberantes, sin azúcar contestó Jacques. Café en mano Jacques Larsen sacó sus anotaciones y quebró el silencio en medio del sueño: muchas gracias por la invitación Don Juan Carlos Onetti.
Incorporados, mirándose a los ojos junto al abismo generacional inicio el diálogo Jacques Larsen. Primero, con mucho respeto y si usted desea responder, quiero saber si usted sabe existe una solución. Una respuesta al alcoholismo. Sí respondió Onetti. Entre múltiples propuestas sé existe Alcohólicos Anonimos con bastante efectividad para el que lo quiera, inspirado por conducto de los norteamericanos Bill y Bob. El milagro del siglo XX le llamó la revista Time. A propósito escribí un cuento más o menos con ese drama se llama Bienvenido Bob. Gracias señor Onetti dijo Larsen. Entremos en materia. Esta mitológica ciudad Santa María en su trilogía: La vida breve, El Astillero y Juntacadáveres es una especie de microcosmos universal a lo Yoknapatawpha de Faulkner, como Comala de Rulfo o Macondo de García Márquez. Sí y no responde Onetti. Prosigue: Mis protagonistas pueden pasar a ser personajes y viceversa. Santa María para mi es más que el infierno o purgatorio de Comala, más que la pura ficción de Macondo o Yoknapatawpha.. Es una ciudad ficción pero a la vez es real. Santa María es una ciudad para cuestionar los límites de la realidad. Gracias Onetti susurró Jacques Larsen para proseguir: Las prostitutas, el mundo marginal es una constante en su obra y sobre todo en la trilogía. Incluso afirmaba Jacques: recuerdo el premio Rómulo Gallegos que usted quedó segundo lugar y ganó Vargas Llosa con la Casa Verde. Usted declaró que era porque los prostíbulos de Vargas Llosa a diferencia de los suyos tenían orquesta. Juan Carlos Onetti sonrió con varios peloteros a flor de piel. Tosió para proseguir con un largo trago de escocés y decir: sí la verdad. El submundo alternativo oscuro de la vida. Los personajes de prexenetas sentimentales me provocan. Creo es un mecanismo de evasión que utilicé toda mi vida. Para siempre trastocar la realidad, apaciguar mis miedos; para anestesiar y trasmutar mis carencias nunca enfrentadas a través de la literatura. Mis grandes influencias existencialistas. El pesimismo sobre la verdadera motivación de la especie siempre me han provocado fascinación de estar para narrar la caída, la llamada decadencia en Occidente. El salto al vacío de la autodestrucción personificada. Un sentimiento de pertenencia al llamado lado oscuro. Pero, sentenció: Como vivir es soñar; y bueno los sueños sueños son dijo Calderón.
Sus últimos casi cuatro años aquí recluido son mitológicos sentenciaba Jacques Larsen. De leyenda por la intesidad de su pasado. La fuerza de su narrativa e el inmenso valor de sus personajes. La riqueza de tantos tumbos en su vida privada. Su derricadero a lo Hemingway. Su espera paciente acostado para el final de este estadio es un enigma. Un derroche como su portentosa obra literaria. Una interrogante como si leyendo, escribiendo esperó el día de partir a aquél país que nadie torva como dijo Hamlet. De repente, como un rayo se apagó la imagen. Con muchas preguntas en la gatera despertó Jacques Larsen. El chirrido del despacho y la movilización de tornillos, herramientas, candados, clavos de acero y escaleras de aluminio le hicieron abrir los ojos. Acariciar la porosidad de su escritorio junto a la estampa del bullicio comercial de Villacon.