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EL FANTASMA DE LA CALLE HOSTOS

La maldita bruma llegó al Proud Mary también. Un par de alicates del politburó lanzaba tragos en la barra, y vociferaban con grandilocuencia y pestilencia púrpura. Antonio Machado Onetti con un café observaba y escuchaba la discusión. La pose de profesores, pedagogos de la historia y las ciencias políticas de estos comunistas con cuartos y poder deslucía el pub. Restaba méritos al dejo elegante de Robert Plant, que sonaba en el audio junto a Led Zeppelin.

El tema era el general Pedro Santana Familias. Quien la camarilla del senado, sabrá dios por que propósitos, buscaba remover sus restos del olimpo de la patria, el panteón nacional. En el clímax de stairway to heaven, decían los parroquianos con fervor; Santana fue un traidor. Un apostata que entrego la nación, un vulgar déspota. Monstruo que hizo del estado una prolongación de su feudo El Prado del Seybo. Criminal, abusador que vejó y asesinó a Francisco del Rosario Sánchez y a María Trinidad Sánchez. Quien Luego de fusilar al inmenso Antonio Duvergé, centinela de la frontera, apeo de su caballo y lo pateó como un tártaro feroz e instintivamente básico. Hatero criador de bestias, conservador, curtido entre lodos y pezuñas en sus crueles atolladeros del Este vociferaban.

Antonio enmudeció, sus correrías de juerga en otros tiempos le desfilaron por su mente como fotografías vivas con humedad. Yo en mis tiempos de bravuconearía y polémica pusiera a estos come mierdas en su sitio. Musitó en un trance de locura; Santanas ilustrados y manipuladores. El último sorbo del café plasmó en la taza  una p de paz espiritual. Se paró sonriente. Culpas son del tiempo y no de Santana masculló; aún fue un gran hijo de puta, fue nuestro.

Al caminar hacia el parque Duarte observó la figura del prócer con calma y majestad. Filorios repetía en su conciencia. Saboreando las espumas en el descenso del padre de la Patria al traspasar las puertas de Diego. Romántico, idealista y soñador. Creíste hasta siempre. Grande entre los grandes, lo diste todo, hasta la vida. Antonio miro a su alrededor, un hedor a yerba y romo malo apestaba el parque. Decidió proseguir, y tomó la calle Hostos.

Con las manos detrás, una extraña proyección de eventos desfilaron por sus cortezas. Ahh tumbos da la vida y la historia; repetía con el Dr. Balaguer. Santana se le proyectaba postrado en su cama. Gemía desde una profunda depresión. Hice lo que me tocó carajo repetía el general. Es fácil juzgar. Estábamos despoblados refunfuñaba Santana imaginariamente. Proseguía: sin ejército, sin conciencia de clase, ni estructura política ni económica. Haití era una potencia comparada con nosotros, ocho veces más población y mucho mas riquezas y poder. Que carajo se creen. En las Carreras, a cojones limpios, nos fajamos. Trazamos la raya carajo de hispanidad, nuestra cultura contra la barbarie de la esencia haitiana.

Antonio entre tristeza y melancolía al ver la antigua casa de los imperiales prosiguió su caminata. Volvió el monólogo imaginario del general:  yo bruto en letras pero no pendejo. Asesorado por Galván, corcho y príncipe de las letras, y Guridi sabía que era inviable la libertad. Un sueño, una quimera. Requerimos de una potencia. Fue a Matías Ramón Mella el del trabucazo  y tercer padre, el  que mandé a negociar con España para frenar las insaciables invasiones de nuestro vecino de horca y cuchillo. Fui el catalizador del sentimiento de mi época de las pocas clases pensantes. Que fácil es juzgar, repetía Santana, en delirios y flashes de tantos errores y crímenes.

Al pasar el mesón de Bari vio Antonio la casona del hombre del artículo 210. Los versos de José Gabriel García se esparcían por el firmamento como relato histórico. Machado Onetti pensaba como conocedor del yunque de las tomas de decisiones: se hace lo que se puede y se debe. El momento habla. Pensaba en el general en su laberinto y aquella energía de bárbaro. La autocracia que le movía con tanta determinación y ceguera visceral.

Un rayo de luz acompañado de sombras iluminó la ciudad de Ovando. El sable y los gemidos de los caballos de las batallas de Santana chirriaban por todas las piedras. Esas epopeyas se bastan por si misma, pensaba Antonio. Sin Santana no hay independencia. Sería imposible la construcción del templo del 27 de Febrero. Ese bárbaro, ese básico zorruno, feroz y valiente es la dominicanidad. Los ingleses veneran a Drake pensaba. La verdad, nuestra realidad no es buena ni mala; lo que no tiene es remedio. Como realizar el proyecto del prócer Juan Pablo Duarte sin la fuerza del verdugo del Seybo se preguntaba. Como elevarnos a ese otro estadio si aún hoy, en el circo del poder legislativo, es tema de estado si Santana debe o no estar en las exequias del panteón nacional. Cuantos Santanas u aspirantes quieren regatear al General sus galones. Sus méritos desde todas las luces y sombras de su humanidad. Sin negar su terrible oscuridad. Con pesar y profuso hedor a camino con sabor a realidad tropical. Al final del túnel. Nuestros historiadores más sociales y protagonistas que hombres de hechos y ciencia les ha sido difícil excluir sus sentimientos, intereses, bandos y pasiones.

Antonio Machado Onetti recitaba un réquiem con repugnancia e admiración al hombre de Hincha. En el mas execrable escenario humano de miseria se suicida el general. El olor deleznable a sufrimiento. Su ronca voz de mando silenciada se esparció hasta el hospital de Bari con tufo a Marqués de las Carreras.

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