La peste sorteaba los infortunios del amor. La distancia impuesta, el poder de la cuarentena ofuscaba los amores y sus fuegos arderosos esparcidos por toda la ciudad. Los recursos tecnológicos aún repletos de creatividad, sofocaban el alma sin la posibilidad de tocar ni sentir. El deseo imperioso y el furor de la carne se estremecía en la más abyecta abstinencia. No solo de lo visual vive el hombre, presos del libertinaje proverbial de décadas, los amores en tiempos del Covid-19 sufrían con ardor y desolación de esta cruel imposición de las circunstancias.
Florentino Pérez moría de amor. Su novia Fermina Costa había marchado a Cartagena de Indias en el último avión disponible a Colombia antes de la cuarentena. Su padre ejecutivo naviero de la Hamburg Sud en RD, hubo de marchar a su tierra ante el desmadre de las lineas navieras. Su ida a su Cartagena era sin retorno, y por tanto un pasaje de ida para toda su familia. Florentino en desesperación ante el azar no soportaba el dolor. El recuerdo lo martillaba, el olor de Fermina en cada mañana, en cada abrazo a su almohada, en cada sorbo de café le estremecía el esternón y surcaba su estómago de aleteos dolorosos e inagotables. No valían los Zoom, los emails, los WhatsApp a toda hora. Su deseo imperioso era sentir el calor de Fermina, adherirse en sus carnosos labios y beber los manantiales de su hermoso y templado cuerpo. No podía creer como la vida cambia a un tris. Buscaba culpables en su desolación, rumiaba a sus dioses su llanto y desesperación. Sin apetito, como fantasma sin aliento surcaba las puertas de su infierno amoroso sin deseos de vivir.
La distancia causaba estragos. La comunicación digital cada vez mas pobre e indiferente. Fermina repleta de pragmatismo con sabiduría femenina ponía limites con educación. Astuta sabia de lo inminente de los cambios y veía el futuro. Consolidaba su nueva vida en su nuevo mundo, y poco a poco le dejaba saber el final a Florentino. El sacón de pie ante la realidad. Florentino en un manto de negación se resistía. Soñaba con que iría a vivir a Cartagena y haría lo que sea. Se rebozaba en el caldo del sufrimiento como un amante herido sin sentido ni rumbo. Daba pues todo el poder al pasado, al furor de los encantos de la colombiana Fermina y no podía ver más allá. Los celos ante la aparente perdida, la bilis del llanto esparcida por todo su ser lo llevo a un estado de total tristeza. Devastado sudaba fiebre de amor por toda su soledad.
Un día empezó a leer poesía frenéticamente. Con el mismo ímpetu empezó a escribir cartas de amor a la vieja usanza, redactaba hasta viente cartas de amor a la semana y las enviaba a Cartagena a su amor perdido. Dias después fue al parque De La Vida y empezó a caminar día por día. La obsesión y hacer cosas obsesivamente era lo único que le calmaba. En el parque había un aura de dioses y un sentimiento esparcido de mal de amor que le atraía y confortaba. En una especie de energía planetaria de la enfermedad del amor de otros jóvenes tristes como él, ante un amor ido o no correspondido quizás o eso le parecía. Fingiendo silencio sepulcral esparcían su dolor al caminar calladamente por todo el verdor como un poema mudo del amor en tiempos del Covid-19.
La semana siguiente empezó a redactar sus cartas de amor desde el parque. Todos los demás habitués lo observaban con curiosidad. El día después llevo un letrero y lo colgó en la esquina de la rotonda del tronco del roble majestuoso. El letrero rezaba: "El portal del los Escribanos" se redactan cartas de amor. Se sentó en el suelo y junto a sus finos cuadernos forrados en piel de cabritilla inicio su oficio. Mientras más cartas redactaba más se desahogaba, un sentimiento de paz y serenidad lo confortaba en el oficio. Uno por uno los caminantes fueron parando secuestrados por la curiosidad y la necesidad. Sus confesiones, el poder de la identificación hacían brotar un aura mística y de calma desde este oasis, El portal de los Escribanos, para los desventurados por el amor. La terapia ocupacional se manifestaba en toda su magia.
Florentino vendía su pluma. Esparcía sus versos llenos de fuego y deseos carnales a cada solicitud de sus clientes caminantes. El remedio de los versos, el valor de la palabra escrita llena de metáforas y sentimientos unidos desde el lenguaje le dio fama al portal. Florentino curaba desde el papel y los sueños dorados de sus lecturas. El portal de los Escribanos fue solución para su mal. El amor en tiempos del Covid-19 dibujaba lo atemporal de la condición humana. La primaria necesidad de amar y ser amado.
El verdadero amor perdura. Miles de cartas esparcidas por toda la isla y él globo terráqueo le regalaron gloria universal a El portal de los Escribanos. Las cartas de amor retomaron su gloria pasada gracias a Florentino fruto de la peste y el distanciamiento social. Florentino por pura coyuntura y desde el dolor del alma elevó los versos y el lenguaje a producto de primera necesidad. Los poetas con sus metáforas recobraron su nombradía. Los noviazgos en estos tiempos conectaron con aquellos versos ya milenarios del gran Homero por pura necesidad. Entre máscaras por la peste y el excelso sonido de los conciertos para violin de Bach, El portal de los Escribanos daba brillo a los cielos del Serrallés desde la mayor empresa humana: El amor.