In Cultura

FERVOR DE MEDIODÍA

Con una cuasi veneración religiosa. Nostálgico, se desplazaba por aquellas viejas calles del ayer. Era domingo, la calma con aroma a silencio palpitaban por la ciudad. Quizás era el único día de la semana que brindaba está posibilidad. Solo los domingos, desde las mañanas hasta el mediodía, la máquina del tiempo como metáfora de una guagua de dos pisos recogía pasajeros amantes del no ruido en busca de historia, recuerdos y el viejo sabor cultural de aquella otrora Atenas del Caribe.

La guagua bajaba la Lincoln, antigua Geffrard. Una agradable estela visual del mar Caribe de matices azules provocaba a los pasajeros junto al descenso por la avenida. Evocaba el aroma imaginario de las espumas batidas al chocar con los arrecifes de todo el litoral. Anselmo Paulino Roncones saboreaba una barquilla de Manresa en medio de aquel esplendor de la belleza caribeña. Gübia con su aroma a almendros y sabor a playa de capitaleños. La vieja avenida con su peculiar sonido de hormigón compacto, San Gil, la porosidad de la otrora muralla, los obeliscos con colores y el folclore del ruido nacional.

El paseo marítimo frente al placer de los estudios. El espíritu del Menphis, La parrilla con aroma a besos y manoseos aterciopelados. Montesinos vociferando su sermón de ad viento, volcado al horizonte desde un púlpito eterno prendado de energía. La ciudad de Ovando estremecida desde la España boba. El Alcázar de Colón con sus aires empedrados en el pasado de virreinato. El viejo Drake con sus ventanales atemporales, sus ruinas físicas y humanas de tantas almas exhalando sueños. Juegos de ciudadanos de puertos, navegando por viajes cósmicos de sincretismos con caros anhelos.

La señorial calle las Damas. La vista de la vieja ciudad y aquella capilla. El convento de los Dominicos, Regina Angelorum, La Catedral Primada de América como triángulo de gnosis perfecto de un viejo esplendor mancillado. El parque al Almirante, la calle del Conde, la Arzobispo Meriño y las Mercedes con su hermosa y majestuosa iglesia. Sus campanarios con los restos del Menphis. La fusión tropical de iglesia y logia como hermanos espirituales. Tirso de Molina en sus muros. Ávido, confundido con su condición humana Anselmo Paulino Roncones veía fuera como en él el bien y el mal. La luz y la oscuridad. Se sentía capaz de todo y de nada como la misteriosa fuerza creadora de almas y ciudades.

Era ya el 2023. Con fervor por Santo Domingo Anselmo Paulino Roncones recordaba el centenario de la publicación de "Fervor de Buenos Aires" de Jorge Luis Borges. A propósito de la celebración de la Feria internacional del libro Buenos Aires 2023. Como flashes imaginarios Palermo y Recoleto, Payán o la Arzobispo Nouel. Lanzas culturales del vate argentino surcaban por todo el hipotálamo de Anselmo Paulino Roncones en una especie de mandatos con quirúrgicas manipulaciones a su propia alma. Manes sudamericanos recitaban el prólogo del mismo Borges a la edición del 1969. "No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades y, en el decurso de esta labor a veces grata y otras veces incómoda, he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente ¿que significa esencialmente?- el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos de Schopenhauer, de Stevenson y de Whitman. Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después. Por lo que deja entrever, por lo que prometía de algún modo, lo aprobaron Enrique Díez-Canedo y Alfonso Reyes. Como los del 1969, los jóvenes de 1923 eran tímidos. Temerosos de una íntima pobreza, trataban, como ahora, de escamotearla bajo inocentes novedades ruidosas. Yo, por ejemplo, me propuse demasiados fines: remedar ciertas fealdades (que me gustaban) de Miguel de Unamuno, ser un escritor español del siglo XVII, ser Macedonio Fernández, descubrir las metáforas que Lugones ya había descubierto, cantar un Buenos Aires de casas bajas y, hacia el poniente o hacia el sur, de quintas con verjas. En aquel tiempo, buscaba atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad." Cuanto me identifico susurraba Anselmo Paulino Roncones. El estruendo imaginario de la sirena de los bomberos al pasar por la Bolívar esquina Mella le despertó. Imaginaba la vista de aquella glorieta del parque Independencia a su izquierda. El impacto de las gomas de la guagua al pasar por encima de los restos de piedras de la vieja ciudad amurallada fue un quiebre; un fervor de dos ciudades con sabor a Alfajores Havana y coco tierno de María la Turca.

Share Tweet Pin It
Previous PostEL ALMIRANTE, LA BAILARINA & MR. SWITCHE
Next PostBWA KALE