In Cultura

LA GOTA GORDA

 

 

 

 

"Los viajes son los viajeros, lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos."

Fernando Pessoa 

 

7:15 de la mañana. Un orbayú asturiano pintó una mañana poblada de melancolía y sueños de cambio para Eliseo Huerta del Prado. Llegó el día de partir, dejar atrás las miserias de la post-guerra. El vacío profundo de una guerra civil devastadora, criminal y asfixiante para las grandes masas de españoles. Eliseo por su origen de campo no paso hambre, pero fue testigo de atrocidades y estrecheces que marcaron el alma nacional. Sufrió el ruido pecaminoso de las luchas intestinas entre hermanos, parientes, vecinos. Vivió la destrucción de las riquezas nacionales, la profunda ruptura que sucedió en su amada patria. Era la hora de partir, que importaba por quien doblaron las campanas, todos perdimos. Los caminos angostos y montañosos de su hermosa Cabranes le cantaban su despedida. Su pasaporte espiritual al mundo de los emigrantes, y sentir el universo mágico de la esperanza en playas lejanas. El dolor de abandonar sus tierras en busca de concretizar sueños. Superarse y ser eslabón del espíritu indomable e aventurero de lo español.

En el puerto de Vigo le esperaba el buque Marqués de Comillas para iniciar su travesía. Surcar en el horizonte su nueva historia, la escritura de su vida en letras impregnadas de trópico y cocotales. Su tío Manuel Del Prado y del Riego solicitaba su persona en Santo Domingo, capital de la República Dominicana. Donde el almirante de la mar oceánica derrochó elogios y poemas en su diario y le bautizó con la Española. La travesía duro meses, de brisas y sabor a océano. El barco primero tocó puerto en La Habana, donde Eliseo estaría un mes en casa de unos parientes, para luego proseguir a tierras dominicanas.

La Habana fue un derroche de modernidad. Una ciudad preciosa y amistosa. La experiencia de vivir el magnetismo de lo cubano, la astuta picardía y jovialidad caribeña le animaba. Empezó a sentir la magia del trópico, el gozo de la inmediatez y la chabacanería de estas tierras antillanas. El profundo sabor y color de su gastronomía, sus gentes, el clima extasiaron a Eliseo. Al llegar le tocaba incorporarse a la bodega de unos parientes en lo que partía. Había que trabajar colaborar de sol a sol en las huestes del comercio, su nuevo mundo.  A ser alumno de las destrezas en el reputado comercio "La Pasionaria" de sus parientes asturianos en La Habana.

Al Cabo de 30 días, partió el vapor Marqués de Comillas hacia Santo Domingo. Su tío Manuel Del Prado le había reclutado para empujar e impregnarle juventud a su nuevo negocio en ciernes. Un almacén de frutos del país que prosperaba, de la mano de la pujante economía dominicana bajo las directrices del ferviente dictador Trujillo. Eliseo subió lleno de esperanzas pero con nostalgias. La morriña asturiana le trabajaba.

Al subir su fe lo confortaba, un sentimiento de conquista y propósito tomo todo su ser. Adelante se vociferaba, vamos a construir un nuevo futuro, lleno de esfuerzo y trabajo. No hay logro ni conquista imposible. Triunfaré mascullaba en su camarote de tercera categoría.  Abrazaré el trajín y el esfuerzo como norte, como propósito de vida. Al cabo de unos días divisó desde el horizonte el puerto de Santo Domingo. Una belleza sin igual, al surcar la desembocadura del Ozama, se le presento en sus ojos. La muralla lo paralizó. Se sintió un Pinzón de estos tiempos vociferando en sus entrañas tierra. Su nueva realidad que el destino le había deparado. Donde echaría raíces y conjugaría aquel milenario dicho; el burro no es de donde nace, si no de donde pasta.

Al descender las escalinatas un impulso triunfal lo acompañaba. Como una campana también le repicaba el miedo. La incertidumbre y el desasosiego de dejar atrás a sus tiernos 18 años, a su madre, su hermano, su casa, sus amigos, su tierra. Era domingo lo recibió su tío elegantemente vestido. Inmediatamente con una sola maleta a cuestas dieron un paseo por la ciudad. Sus olores, color, su clima, el bullicio de sus gentes, lo variopinto del cosmos social, tenían toda su atención en el presente. Manuel del Prado empezó a narrar sus peripecias de asturiano en estas tierras.  Sus vivencias en esta paradisíaca isla a su sobrino Eliseo.

Tras un almuerzo de carne guisada, arroz, habichuelas rojas y plátanos maduros al caldero; tamaño tropical recibimiento. Don Manuel llevo a Eliseo a su lugar de pernoctar. Sería en la segunda planta del almacén. Una esquina con su baño, una cama y una mesita. Sencilla, humilde y extremadamente pragmática. Al otro día lunes. Se empezaba la faena laboral a las 5:00am, para esperar los camiones del interior  con los frutos del país. Se compraba, se estibaba y a vender. Arduas faenas de catorce y quince horas, de lunes a sábado aguardaban para concretizar esta verdad demencial. Comprar, estibar, atender la clientela y luego las labores de organización, contabilidad e inventariar lo que había y los faltantes para el próximo día. Una labor titánica y extenuante. La única pausa era los domingos. Se cerraba a eso de la 1:00pm hasta el otro día lunes. El mundo de Eliseo seria esto: trabajo. Entrega total al corpus comercial, un cariño y amor profundo para acrecentar el negocio en buena lid. Prosperar basado en el esfuerzo, la eficiencia de estar en lo que se esta haciendo. La competencia, incluso de otros asturianos era feroz.

Conocería la entrega total. La madurez de hacerse hombre por vía del esfuerzo y la dedicación. Su tío curtido en las lides de la soledad y la migración no seria manto de ñoñerías para nadie. Eliseo tenia que acomodar sus necesidades emocionales y sentimentales a esta realidad. Como el buen buey debía lamerse solo, sentir la presencia del tío, pero funcionar con la astucia y aprender de los recursos del medio. Amigos, colegas, parientes y beber de toda la sabiduría popular que le brindaban estas tierras. El tiempo divino maestro todo lo cura. Todo lo da para el que sabe esperar. Al cabo de unos meses Eliseo fluía como pez en el agua. Construía su vida de español comerciante en estas tierras del caribe al ritmo mágico. Comprendió y digirió el principio espiritual de la aceptación. El valor de transformar su verdad y hacerla grandiosa. Adoptó un cambio de matriz fundamental. Apreció el sonido de las estrellas, supo deslizarse y acariciar suavemente el manto misericordioso de la creación y tocar los hilos del supremo titiritero. El viento ya le sonreía. Con el tiempo supo apreciar el amargo sabor a gloria del sudor de sus gordas gotas.

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