No hay certezas. El rumbo de la humanidad está incierto. Lo constante en las disrupciones define el status del alma humana universal. Somos de las generaciones que conocimos la oscuridad de las grandes conflagraciones humanas sólo a través de la historia. Que supimos de la miseria de los conflictos globales por los relatos estremecedores de abuelos y padres que sufrieron las penurias de la guerra. Somos de esos privilegiados que solo nos adentramos al mundo autodestructivo de la guerra a través del poder de la literatura universal. Esa literatura que como el poder mágico del séptimo arte, ha reproducido como tinta indeleble en la memoria, millones de imágenes o infinitas palabras sobre las terribles facetas oscuras de la sangrienta y devastadora guerra en toda la historia de la humanidad.
Si bien la historia de las grandes guerras es también la historia del poder. El escenario de hoy está profundamente matizado por la enorme posibilidad de nuestro final autodestructivo desde el ego corrosivo, sin dioses ni esperanza. Por considerar de profundo interés para la realidad mundial actual. Vamos a reproducir la interesante entrevista realizada al intelectual Amin Maalouf, brillante autor de El Naufragio de las Civilizaciones, por el periodista Juan Cruz del periódico Clarín de la Argentina. Esta entrevista tuvo como escenario en fechas recientes la prestigiosa Feria del Libro de Madrid. A propósito del lanzamiento del último libro de Maalouf: El Laberinto de los Extraviados, Occidente y sus adversarios . A continuación compartimos la entrevista queridos lectores:
"El mundo está loco, lleno de guerras y de retrocesos, civiles, éticos, y he aquí un hombre que tiene miedo, Amin Maalouf, nacido en Beirut, criado en Francia, donde ahora es secretario perpetuo de su Academia. Su gesto, su manera de ser, devuelve, en la conversación, en la escritura, la sensación de que alguna vez este desastre que rodea a la sociedad en la que vivimos será mitigado, quién sabe cuándo, por el sentido común y, sobre todo, por la cultura.
Él tiene muchas razones, explicadas todas ellas en su último libro (El laberinto de los extraviados. Occidente y sus adversarios, Alianza Editorial, como todos sus libros en español) para hablar del miedo contemporáneo, que tiene una de sus capitales precisamente ahora en su tierra natal, el Líbano. Y no le importa tanto su generación, este tiempo, sino el porvenir del presente desastre, que quizá tengan que vivir sus nietos.
Hablamos cuando terminaba la Feria del Libro de Madrid, donde firmó tantos libros como los autores famosos de la lengua española que tuvo alrededor. La maratón manual a la que se sometió en las firmas de ese y de otros de sus libros no impidió que llegara, fresco como una lechuga, a la entrevista nocturna a la que lo sometimos.
Aparte de la elegancia de su prosa, en francés, y de su modo de decirla en el idioma que ahora mismo preside, él mismo es un ser elegantísimo, risueño y sobrio, un caballero cuyo rostro se ensombrece tan solo cuando mezcla lo que sucede con lo más delicado de su familia.
Él nació en 1949, su obra ha sido traducida a más de cuarenta idiomas, en España ganó el premio Príncipe de Asturias y en Francia fue premio Goncourt. Entre sus numerosos libros es imprescindible leer el que dedicó a su familia trotamundos, Orígenes, su viaje por ese mundo nómada que a él, para recrearlo, lo llevó a todas partes, en América Latina, sobre todo en Cuba, en Argentina, y por todos aquellos territorios de sus ancestros. Acaso ese es el libro más rabiosamente humano, el meridiano lúcido de su manera de explicar su propia vida. De ese libro, y de Maalouf, se dijo: “Si la familia es la primera patria del autor, Orígenes es la más bella prueba de que la literatura es la segunda”
Y este libro, el de su madurez consolidada, El laberinto de los extraviados, esté en el meridiano peligroso al que aboca al mundo este desastrado presente.
Por eso, porque el libro advierte de las consecuencias del extravío, lo primero que le pregunté por su preocupación actual más grave. Cuando se sentó ante mi en un hotel madrileño, en plena canícula, su camisa blanca, su sonrisa de pronto se puso en vilo.
–¿Tiene miedo?
Su silla se movió incómoda, su cara me miró como si yo le trajera una cuestión que lo seguirá teniendo en vilo toda la vida que le queda por delante. El autor de El naufragio de las civilizaciones puso la mano sobre el pupitre, miró al periodista y dijo:
–Tengo miedo por mis nietos.
Le pregunté entonces qué había pasado, qué estaba pasando, para que su preocupación, y en cierta manera su propio libro, desarrollara esa respuesta simple y capital.
–Bueno, tengo miedo porque pienso que, pese a las muchas dificultades que haya atravesado mi generación, no dejamos de ser una generación privilegiada. Así que por lo que tengo miedo es por la generación de mis nietos, porque veo que el mundo se está transformando y porque hay muchos peligros que amenazan nuestro modo de vida: las libertades, la democracia e incluso la supervivencia están en peligro. Entonces, espero que el futuro me desmienta y pienso que seguramente sean temores injustificados. Pero la clave es que el mundo ahora mismo invita a ese miedo.
–¿Y qué ha pasado? ¿Qué ha tenido que pasar para que una persona de su experiencia, y de su cultura, o de cualquier estrato, ahora se halle ante esta evidencia del miedo?
–Si intentara resumir qué es lo que ha sucedido para que ahora tengamos miedo diría que no hemos sabido gestionar o controlar la evolución del mundo… La ciencia y la tecnología se han desarrollado, o acelerado, y simplemente todo se ha ido haciendo cada vez más deprisa… Y eso es algo que en parte es buena cosa, pero hemos sido incapaces de gestionar correctamente esa aceleración y podríamos hablar de muchos ámbitos en los que esto se está produciendo. El fenómeno, la causa del fenómeno, me parece que responde a estas consideraciones.
–Al contrario que otros ensayistas contemporáneos, usted aborda el problema como consecuencia de muchas culpas, no como algo de lo que haya que responsabilizar a un bloque o a otro. Pero, ¿cómo es posible que el mundo se haya conjuntado para convertirse ahora en invivible?
–Creo que es verdad lo que usted dice, que no somos capaces de pensar con lucidez sobre la situación actual. Para salir de este callejón sin salida, en vez de buscar soluciones nos dedicamos a buscar culpables… Y el culpable, está clarísimo, siempre es el otro… Así que los adversarios de Occidente reprochan y acusan de todos los males a Occidente y Occidente reprocha a los chinos, a los rusos o a quien haga falta. Pero yo creo que nos tenemos que olvidar de esa pregunta que busca culpables. Creo que cada cual tiene su dosis de responsabilidad y de lo que se trata es de encontrar soluciones, de hallar la salida del laberinto en vez de estar buscando la paja en el ojo ajeno.
–Usted proviene de un lugar especialmente castigado, que es el Líbano, símbolo de muchas de las batallas de las que usted escribe en su libro. ¿Qué dolor le produce a usted su propio país, sometido ahora a una guerra que tiene que ver con Netanjahu y con Hamás?
–Yo me crie en el Líbano. Por aquel entonces era un país que tenía un potencial enorme. Veía allí un desarrollo constante, que estaba llamado a continuar. Así que el país estaba podría haberse convertido en un ejemplo de convivencia, de modernización y de desarrollo, no sólo para la propia región sino para todo el mundo. Siento un dolor permanente cuando pienso que ese país ha roto por completo su progreso, se ha paralizado… Es una tragedia que vivo a diario. Esa sensación me hacer abrirme más al resto del mundo, a llevar a todas partes mi reflexión, como en este libro. En una obra anterior escribí sobre la falla geológica que ahora parece amenazar al mundo; en mi país esa falla produce sacudidas más fuertes, y eso hace que el Líbano sea ahora tan especialmente castigado.
–Estados Unidos y Rusia están en los polos de las diferentes guerras que ahora están en marcha de manera más dramática y evidente. ¿Será imposible llevarlos a un territorio de encuentro?
–Cuando una potencia está inmersa en un conflicto es muy difícil que tome altura y se despegue un poco para conseguir alcanzar algo de objetividad. Eso forma parte de todos los conflictos políticos, porque se somete todo y se condiciona todo a la lucha que se está manteniendo. Y eso ha sido cierto en todas las épocas. En este momento lo vemos más claro porque tenemos dos sucesos que se están produciendo simultáneamente. Unos y otros verán a su favor lo que hacen los suyos y no van a soportar críticas que no se refieran a los contrarios… Siempre pasó así, y ahora pasa de igual manera.
–Usted dice que sueña con un mundo reconciliado…
–Lo que manifiesto es una esperanza… Pienso que el mundo está mal gobernado, que los gobernantes que tenemos no dan la talla ante los retos de la humanidad… El centro de mis inquietudes es precisamente que el mundo no tiene los gobernantes que merece, aunque buena parte de ellos los hayamos elegido. El mundo asiste a un liderazgo concreto que es llevado a cabo con comportamientos cortoplacistas y centrados en los intereses propios que no tienen en absoluto en cuenta los intereses de la humanidad que tan solo interesan a un puñado de personas. La visión a largo plazo es muy escasa porque los gobernantes están centrados en sus propios intereses, electorales y de cualquier carácter.
–¿Tiene miedo por Palestina?
–Yo he nacido en esa región. Mientras se desarrollaban los conflictos que la atañen, durante toda mi vida, he esperado encontrar una solución… Sobre el papel se puede prever. Podría haberse encontrado una solución que permitiera que todos los pueblos de la región, ya sean árabes o israelíes, vivieran con dignidad. Y cada vez que parecía que se iba a vislumbrar una solución llegaba la decepción y se destruía la esperanza. Y no me parece a mí que, en la fase actual, el conflicto vaya a desembocar en una solución. Me parece más difícil encontrar hoy esa solución… Da rabia, esa es una región maravillosa, con un potencial enorme. Espero que ahora acabe encontrando la paz en la que se convierta en un modelo y no en un contramodelo como el que es ahora… No veo en el horizonte ese cambio, y lo que siento es muchísima inquietud… Es cierto, pues, como digo en el título de mi libro, que estamos extraviados, muy extraviados, y que tenemos que salir del laberinto, porque los peligros a los que nos enfrentamos son enormes y es posible que mi libro inspire cierta inquietud. Pero la realidad es mucho más inquietante que en mi libro."