Sentada en su poltrona como faraona tropical
omnipresente ajena al bullicio desde su altura,
barras de acero la protegen a los lados.
Un sillón ejecutivo con cartones laterales como asiento de avión
cojines con finas telas de rosas acolchados,
zona de confort con aroma al amor.
La mujer del vendedor de Coco
es la cajera del negocio,
él adulto con la piel arrugada de vivir,
desenvaina el machete en cada venta,
ella cobra y devuelve sin tocar los rayos del sol.
La mujer del vendedor de Coco
romance gitano con sabor anónimo,
estatus de pleitesía como necesidad,
cuál amor adulto que trasciende los errores,
el cariño a su mujer como divinidad.
La mujer del vendedor de Coco
fragilidad femenina en carroza de triunfadores,
idolatría sin ruido del gozo desde el querer,
como arte rodante en su triciclo motorizado,
combustible para cada machetazo en cada Coco.
La mujer del vendedor de Coco
estampa genuina del parnaso de Villacon,
amor de campo sin accesorios real,
libertad consumada sin complejos ni equipaje del que dirán,
símbolo de almas conjugadas sin palabras.
La mujer del vendedor de Coco
sin mascarillas ajenos a pandemia y a la política,
joseando el moro alegres con los frutos de la Palma,
juntos todo el día,
profesándose fidelidad con complicidad,
fotografía de hasta siempre como beso a eternidad.