El olor a pino y el run run de los manantiales confortaban. Dante Borges Languasco y su prometida Nousheh Rouhani Pavlevi se instalaban en la cabaña. En la metafórica ciudad de AltoCerro del vate Díaz Grullón. Parte del ritual Persa, como requisito para desposarse era parar en Bonao. Y en un toque mágico de campanas celestiales con olor a vacas, volar sus conciencias, a lugares místicos y sagrados.
Viajar hacia el universo disperso y total. Una borrasca de cariño, una presión atmosférica con células de surrealismo se manifestó. Dante cual Onur, en las mil y una noche, sentía la presencia de Nousheh en cada respiración. Miraba y sabia que estaban bajo las mismas luces de la ciudad eterna. En un breve instante, dos colas verdes y precisas, como escaleras de sus propios cuerpos arroparon toda la sala. Los cuentos sobre Persia, Sherezade, Alí Baba destilaban un sabor a brillo, joyas y gigantes elefantes. Solo el bullicio de motoconchos, el grito burdo de una bachata repetitiva brindaba instantes de cordura.
No me basta con escucharte, susurraba Dante, ciego de amor, necesito verte. Locura es considerar un beso como cosa inestimable, pensaba, al besarla, acariciar sus finas y exóticas facciones con sabor a polvo de oriente imperial. Nousheh con encanto y sensualidad narraba canto por canto con garbo, en medio de aquel escenario. Con el tropel de innumerables extraños acontecimientos. Sus colas ardían juntas en la chimenea. Chispeaban calor, amor y una profusa bruma chamuscada. Dos parlantes con la voz de Oannes, en medio de la cola como nubes, entonaban cantos de Sirena. Sus ojos brillaban, sus senos irrumpían en todo el techo y el sentía llegaban a Manabao y más allá.
Nunca pensó que el ritual, junto al recital de las mil y una noche marcarían para siempre su hipotálamo sideral. En cada verso, en cada gesto con olor a esencias y jardines de Babilonia suspiraba Dante. Rimaba desde los violines de su alma sabor y profunda paz. Poco antes de descender le susurró a Nousheh: tras haberte escuchado durante estas mil y una noche, salgo con el alma inmensamente cambiada, alegre e impregnada del gozo de vivir.
Un aroma a café arropó la sala. Se dieron la mano y un abrazo húmedo. Un tierno chocolate Lindt negro de avellanas frotaba sus bocas con dejo a infinito. Adornaba sus besos y profusas caricias. Mas allá de culturas, pueblos y diversas civilizaciones somos Sapiens en colaboración, tal como apunta Harari. Humanos viviendo una experiencia humana, en busca del amor que libera y seduce al Olimpo.