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POZO DE ESPERANZA

Domingo 16 de Agosto. El grito de Capotillo junto a toda la epopeya restauradora generaban mis primeros pensamientos. Un Gregorio Luperón lucido perfumaba con atisbos de salitre del océano Atlántico toda mi conciencia.  Era también el inicio de una nueva generación al mando de los destinos de la nación, y la salida de la peste púrpura del poder. Seguía la cuarentena y con ella la tristeza por los caídos, el dolor impotente de familias ante la perdida de seres queridos producto de la pandemia. En este péndulo del bien y el mal un pozo colorido de esperanzas flotaba junto a las nubes en todo el firmamento. Nacer y morir. Caer y levantarse.

Tras el crujir del portón del edificio errumbé los pasos al parque. El Bosque de la Vida era mi microcosmos para viajar y soñar con categoría universal, desde una cuadra en una ciudad de una pequeña isla del Caribe. Al adentrarme en el bosque me entregué a la mística espiritual. Hace años aprendí que la conciencia de la correcta actitud, más la voluntad de cambios era poderosa. El parque ha sido shangrila para la pandemia. Bosque encantado para proseguir la necesidad humana de los sueños a pesar de las circunstancias y acariciar el amor por los viajes desde la fantasía.

Encendí la música y sentí la generosidad del camino. Por motivos insospechados pensé en la isla Mykonos. Cerré los ojos junto al despliegue de mis alas de aluminio imaginarias. En sueños la hilera de molinos de vientos del siglo XVI de Mykonos me refrescaban. El sabor a tierra e historia de los enterrados vencidos por Heracles atisbaron mi boca. Proseguía los pasos con prontitud y el aroma del mar Egeo me impregnó de toda la gloria de la milenaria Grecia, cuna de la grandeza humana. La soprano Maria Callas deleitaba mis oídos con su Madame Butterfly de Giacomo Puccini. A pesar de la realidad mundial y del patio, la toma de posesión de la nuevas autoridades era motivo de esperanza. De sueños y un legítimo anhelo de acariciar los siempre esperados cambios de rumbo y destinos de la patria. El giro del vórtice de la voluntad del poder hacia escenarios de real legitimidad y genuina grandeza.

Aferrarme al parque. Darle categoría de templo y poder de transformación es una decisión. Como Baruch Spinoza viendo y sintiendo a Dios en todas las cosas. Como estoico buscando las respuestas desde el todo, en la naturaleza. Yo era parte de la generación que tomaba las riendas. Miembro de minorías con privilegios. Educado para el goce en el rigor de mis propios esfuerzos. Pero a pesar de ello anhelaba cambios en la cosa pública, deseaba meritocracia, justicia, real progreso y desarrollo. Equidad y democracia con oportunidades. Los valores que enaltecen la humanidad en el centro y gravedad en la toma de decisiones. Voluntad y ego histórico suspiraba en mis mejores parabienes para el nuevo inquilino de la casona presidencial y todo el equipo que le acompaña.

El discurso fue fuerte, vigoroso, con el tono necesario y emotivo. Con un sentimiento esparcido de honestidad y compromiso. El ascenso de las escalinatas del palacio otra fragancia, un aliento renovado de posibilidad. La sed y la camarilla de la raza junto al ADN perredeísta que merodean por naturaleza el botín estaba presente. Lo variopinto del conglomerado con ansias y necesidad se sentían. En un flash de realidad seguía mis pasos. La calma y el sonido de la hojarasca ante una leve brisa me despertaron. Sentí la dureza de la talvia, pensé en mi hermano el Clarividente de Valencia con su sabio mensaje de los 100 días. Decidí pues cambiar de música. El cello de Rostropóvich -interpretando la Suite No. 1 en G mayor de Johann Sebastian Bach-  desplegó el bosque y me trastocó la atmósfera. Divisé mi pozo de esperanzas imaginario en el bosque. En mis próximas vueltas me corría ya el sudor en jadeo excitante. Volvían los sueños con los viajes a ser los protagonistas. El poder de la metáfora del parque se renovaba en un flagrante esplendor.

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