Era ya la décimo cuarta reencarnación de Jacques Delors Guerrero. Como Stendhal, rechazado por una Métilde e inquieto por las sospechas tanto de los liberales como de la autoridades, mutaba en distintas vidas desde su Francia hasta los confines tropicales de su actual existencia en la Hispaniola. Desde su hamaca caribeña Jacques Delors Guerrero leía los recuerdos de egotismo de Stendhal: "Un documento valiosísimo sobre su reaclimatación en el París de Luis XVIII y, como es habitual en Stendhal, están trufados de análisis y digresiones de extraordinaria agudeza".
Como hombre de su tiempo Jacques Delors Guerrero agonizaba desde el egocentrismo. Desde el punto de vista espiritual sabía que sus múltiples reencarnaciones eran motivadas por la tarea pendiente. Alumno ya de 470 años que aspiraba a superar el ego como obstáculo para trascender el limbo mundanal e unirse a los dioses en el manantial eterno. Como el mundo de hoy que necesita el amor desde la colaboración para la sostenibilidad y viabilidad del planeta, Jacques hacia esfuerzos en sus nuevas y sofisticadas manifestaciones de egoísmo. Esfuerzos en procura de eliminarlos practicando la empatía desde la luz radiante de su alma que anhela los cielos. Otra vez chocaba con la misma piedra. Anhelos, deseos repetía. Que vaina esto de ser humano mascullaba. Que dificultad para habitar aquél país de las paradojas donde nada se espera.
Tras años de trascender aquellos egoísmos destructivos que se manifiestan desde la enfermedad de las adicciones Jacques Delors Guerrero se sentía nueva vez alumno. Quieto y dispuesto para dar un nuevo primer paso en sus procesos de luchas endemoniadas con el ego. Jacques accionaba y procuraba rimar junto a la orquesta del Arquitecto Supremo del Universo. Pedía sugerencias, se dejaba ver para poder trascender sus propias miserias. Ya como alumno espiritual experimentado conocía lo importante de vivir el camino. Como el ciclista pedalear constantemente para no caer. Señalamientos con firmeza desde su entorno de falta de empatía le hacían sentirse en un nuevo principio. Un eterno retorno de su condición humana aferrada a este mundo egótico de miserias. Repleto de ruido y fríos aceros en todo su ser Jacques Delors Guerrero se enfilaba por los nuevos caminos necesarios. Sabia como disfrutaba su ser hasta lo enfermizo. Estar para si mismo, ajeno al mundo y sus necesidades para dar riendas sueltas con gozo fantástico a sus maquinaciones y el discurrir de su mono visión universal. Como un pequeño enano aceptaba sus aún limitaciones, a pesar del tiempo de siglos y varias vidas, para coronar el reino espiritual y poder emular los pasos amorosos de Jesús de Nazareth. Condición sine qua non para traspasar el reino de este mundo.
Cabeza gacha se animaba a la solución para proseguir. La humildad como fuente de sabiduría, vedada desde el ego, orientaba sus nuevos pasos para continuar la obra según los designios del Poder Superior. Nueva terapeuta con nuevos ciclos de psicoterapia producía esperanza con resultados. Aún sabia el terapeuta es como un espejo para el mismo verse, conocía de lo fructífero y las bondades del proceso. Reconocer y accionar era infalible. Puerta dorada para atravesar el momento. Sustancia mística que enaltecía la condición humana para conjugar el a imagen y semejanza. Sacudido por el eterno ensayo y error Jacques Delors Guerrero aunaba esfuerzos en su nueva cruzada del proceso. Ahh el proceso sonreía al pronunciarlo serenamente. Puede quien más quiere sentenciaba.
Como títere acariciaba sus hilos desde su espacio de libre albedrío. Se hace lo que se puede, pero se debe hacer repetia vehementemente Jacques Delors Guerrero. Sintió como se derretía su nuevo muro de terquedad. Como manantial nuevos rayos de luz surcaban su firmamento para opacar la sombra. Plácido cerró los ojos para sentir la paz. Desde un imaginario contempló el Guernica de Pablo Picasso. Sus horrores cromáticos llenos de belleza lo paralizaron. Víctima del síndrome de Stendhal un elevado ritmo cardíaco, con vértigo y alucinaciones al estar expuesto a una sobredosis de belleza. Mareado, aturdido desde el macizo de madera de su pupitre Jacques Delors Guerrero escuchaba una voz de ultratumba que le susurraba falta mucho Jacques, falta mucho. Desde una gradas imaginarias Jacques sonreía junto al torero de capa roja. Como el artista del arte taurino aprendía a acariciar cada embestida de la bestia.