Señoras y señores, el espectáculo va a comenzar. De alguna manera la decisión de celebrar la toma de posesión en el Teatro Nacional le producía cortocircuitos a Jacques le Bon. La sobriedad de la augusta sala de la Asamblea Nacional. La solemnidad del acto, lo protocolar de la visita de varios Jefes de Estado requería de la sala de los murales de Oviedo y las recias costumbres indicadas desde el milenario mundo de la diplomacia.
Ya en fechas pasadas, recordaba Jacques le Bon con carcajadas, fue el mismo PRD que trató de movilizar la Asamblea Nacional a un lugar abierto con aroma popular. En aquél momento histórico la idea era de Peña Gómez y Hatuey de Camps. Suerte que el buen Canciller de los tiempos, diplomático de carrera y hombre versado en el rigor protocolar, logró frenar esas pasiones imperiosas y repentinas propias de aquél conglomerado partidario.
Ante lo ya inevitable, Jacques le Bon visualizaba el escenario del Teatro Nacional. Desde el imaginario La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca recreaba las tablas del mundo político. Las pasiones. Los intereses creados. Posibles ganadores y perdedores ante un escenario de reformas, limaban cuchillos y apetencias junto a un arsenal de asesores. La sociedad del espectáculo. Las redes sociales que lo dicen todo y también nada, auscultan la voz del pueblo o la voz de Dios. El Alma Nacional que anhela de su Jefe de Estado: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
A Jacques le Bon le agradaba la vehemencia con la que nuestro Jefe de Estado hacia alusión a candados como blindaje de su reforma constitucional. La seguridad de grandes candados como un CP, Tudor o Yale, artículos de cerrajería de marcas de gran prestigio en el mercado nacional, agradecían el símil a la primera figura de la nación. Los candados, sin ruidos ni estridencias, han hecho un servicio de siglos de gran calado al sentimiento de seguridad de la humanidad. A propósito Jacques le Bon recordaba el artículo 248 de la Constitución: La reforma de esta Constitución podrá acordarse por la Asamblea Legislativa, con el voto de la mitad más uno de los Diputados electos. Para que tal reforma pueda decretarse deberá ser ratificada por la siguiente Asamblea Legislativa con el voto de los dos tercios de los Diputados electos.
Jacques le Bon rememoraba el procedimiento desde sus pensamientos: La necesidad de una reforma constitucional se declarará por una ley de convocatoria. Esta ley, que no podrá ser observada por el Poder Ejecutivo, ordenará la reunión de la Asamblea Nacional Revisora, contendrá el objeto de la reforma e indicará el o los artículos de la Constitución sobre los cuales versará. O sea razonaba Jacques le Bon, que cualquier nuevo inquilino de la Dr. Báez siempre tendrá una llave maestra para abrir los candados y, desde el poder presidencial sugerir convocar a sus súbditos políticos del congreso.
Si bien es el derecho del señor Presidente su impronta de reforma constitucional, Jacques le Bon no veía la trascendencia de los "candados constitucionales" en el devenir de la República. Sí aporta aires de novedad al nuevo cuatrenio y, si se quiere un renacer al nuevo período reeleccionista. Pena, pensó Jacques le Bon, ya que el hombre no se va a volver a reelegir, en vez de reducir el número de diputados aprovechase de un plumazo constitucional borrar lo bicameral y solo dejar una cámara. Solo doce senadores y doce provincias como los apóstoles.
Jacques le Bon deseaba éxitos a la futura nueva gestión. Un hombre de familia y valores como el Jefe de Estado, bien puede darle candela a su gran capital político-Montonera y acometer las verdaderas reformas que demanda nuestra sociedad desde el sitial de un estadista. Y como no vuelve, Jacques le Bon soñaba con la posibilidad, de que este hijo del Levante se case con la gloria eterna de la historia. Ciertamente la lucha contra la corrupción, mal de males nacionales, aún requiere de estadios más precisos y contundentes. Donde todavía viejos sinvergüenzas conocidos, negocian impunidades desde risibles y teatrales delaciones premiadas.
Jacques le Bon soñaba. Buscaba los vientos de la novedad para fraternizar nueva vez con la esperanza. La siempre eterna posibilidad. Como flashes proseguía su sueño sentado en la sala del Teatro Nacional Eduardo Brito. Bostezaba mientras desfilaban por sus pupilas, como gotas del Siglo de Oro, los versos del inmortal Calderón:
“Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”